La segunda guerra de los mil días

Columnista Invitado

La terrible guerra de los mil días que padeció Colombia entre los años 1899 y 1902, germen de la lucha fratricida que aún nos acosa, ha regresado a nuestra memoria, pero por un origen diferente al de aquel entonces, que era una confrontación local entre gamonales políticos.
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Hoy se trata de la mayor depresión económica global de la historia, ocasionada por un microbio de naturaleza desconocida, y, en consecuencia, de repercusiones, por lo pronto, incalculables.

Serán, al menos, otros mil días de ‘sangre, sudor y lágrimas’, parodiando a Winston Churchill, cuando anunció a sus compatriotas británicos su programa de gobierno al asumir su cargo como primer ministro en el inicio de la segunda guerra mundial.

Y no podrán ser menos de otros mil días los que habrán de pasar antes de poder recuperar los más relevantes indicadores macroeconómicos previos a la pandemia, tales como la tasa de desempleo – que rondaba el 10%, y que ahora podría encaminarse, nadie sabe con certeza, hacia las cercanías del 22% o el 25% -; el crecimiento de la economía, que venía robusto, muy por encima del promedio de la región, pasando del 3.2% anual a una muy probable contracción del 8%; el déficit fiscal, que oscilaba entre el 2.2% y el 2.5% del PIB, que ahora apunta hacia no menos de tres veces esta última cifra; el déficit de la cuenta corriente, el talón de Aquiles de la economía, que se hallaba en el 4% sobre el PIB, llegando al 5.5%.

Semejante panorama tan desolador no tiene parangón en nuestra existencia como nación. Se trata de la más dura prueba que jamás antes generación alguna tuvo que asumir. No puede ser la hora del oportunismo y el populismo, sino de los aportes a la construcción de un genuino sentido de la compasión. Como en toda guerra de origen exógeno –esto es, ajeno a nuestra directa responsabilidad-, ahora sí que es verdad que la unión hace la fuerza.

CARLOS GUSTAVO CANO

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