El lenguaje los traiciona

Columnista Invitado

Son múltiples las expresiones que denotan machismo pero que su uso corriente las ha naturalizado y casi que pasa desapercibida la connotación que llevan.
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Podríamos citar muchas pero aquí me refiero solo a esa fórmula muy agresiva que suelen usar los señores cuando hablan de “mi mujer” para referirse a su esposa, pareja, compañera o novia. Esta expresión comunica la objetivización o cosificación de una persona y afirma su pertenencia, que puede reflejar la sensación de que, como es de su propiedad puede hacer con ella cuanto quiera, inclusive maltratarla, abusarla y hasta asesinarla, hechos que en nuestro medio alcanzan niveles dramáticos como lo muestran las estadísticas sobre violencia contra la mujer y feminicidio que reporta Medicina Legal. Entre tanto, resulta excepcional que una mujer hable de “mi hombre”.

Muy distinto es si se refiere a mi esposa, mi compañera o mi pareja, expresiones que hacen referencia a una relación entre dos personas y no denota propiedad de uno respecto al otro, porque en ningún caso un ser humano puede constituir propiedad de nadie. Observen que cuando alguien se refiere a mi hijo, mi padre, mi madre, mi hermano mi amigo o mi jefe, alude a una relación y no a pertenencia.

Alguien podría afirmar que son sutilezas y que es hilar muy fino, pero no es cierto. El lenguaje que usted usa expresa su pensamiento (así sea recóndito) y lo pone en evidencia aun cuando no lo crea. Admitamos que, inclusive, hombres que posan de no ser machistas y están acostumbrados a referirse a “mi mujer”, no son conscientes de las implicaciones de esa forma de expresarse. Es tiempo de que eviten ese lenguaje, que no solo es burdo y ordinario sino ofensivo, en un mundo que reclama respeto y equidad para la mujer.

En una columna anterior hice referencia a la confusión que enfrentan especialmente los comunicadores por las múltiples formas como se refieren a las personas mayores de cincuenta años a quienes, a veces con tono peyorativo llaman: “abuelitos, abuelos, ancianos, viejos, pensionados, retirados, catanos, tercera edad, edad dorada, adultos, adultos mayores”, entre otras. Ahora, llamo la atención sobre una desagradable expresión que suelen utilizar para referirse a las parejas, especialmente cuando se trata de la mujer, a quien, con frecuencia identifican con la horrible expresión de “la compañera sentimental” que automáticamente asocian con una relación irregular o ilegítima. Me pregunto si no basta con llamarle “la compañera o la pareja”.

Una vez más es imperativo que se reconozca el peso que tienen las palabras, cuya real significación e implicaciones no puede desestimarse. El que sean de uso corriente no cambia el hecho de que ellas reflejan modelos de pensamiento, inclusive repudiables, de los cuales a veces no se es consciente. La sugerencia es revisar el lenguaje que utilizan porque nuestras expresiones pueden traicionar el discurso.

CARMEN INÉS CRUZ BETANCOURT

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