Sostenibilidad del agro y la seguridad alimentaria

Columnista Invitado

Las crisis son muy útiles para despertar a la humanidad de su secular letargo. Y, en especial, para crear el sentido de urgencia, que es el primer motor del cambio, como nos lo enseñó el profesor de la escuela de negocios de la Universidad de Harvard John Kotter en su clásica obra Leading Change. Pues bien, la pandemia ha dejado al descubierto la debilidad de nuestra civilización frente a los desafíos que nos ha arrojado un microbio desconocido.
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Ello, es de esperar, contribuirá a que transitemos como sociedad de la arrogancia a la humildad. Se ha revalorizado el concepto de la seguridad alimentaria, entendida como el libre acceso a la oferta de alimentos. No existe nada más esencial para la vida que la agricultura, como nos lo recuerda Rana Foroohar, columnista del Financial Times. China ha amenazado con boicotear las importaciones de salmón bajo la sospecha de su conexión con nuevos casos de Covid-19. En Europa, comenzando por Francia e Italia, se ha duplicado la protección de los productores locales. Y en Estados Unidos crecen los reclamos por más apoyos a los cultivadores sin distingos de tamaño, por razones de salud y seguridad nacional. Quienes, desde la doctrina del Consenso de Washington de los años 80 del siglo anterior - el germen del llamado neoliberalismo -, se mofaban de la relevancia estratégica de la agricultura, doctrina abrazada con fervor en este país al inicio de la década de los años 90, deben estar rasgándose sus vestiduras. La tan aplaudida globalización ha entrado en modo de pausa. Y la autosuficiencia en materia de comida ha cobrado, de nuevo, una importancia sin precedentes. Primero la despensa de la casa, antes que confiarles a las importaciones sin límite la función de nuestro abastecimiento.

Para la muestra un botón: Vietnam y Tailandia, por ejemplo, han impuesto de nuevo severos límites a la exportación de arroz. En análogo sentido se han movido otras naciones clave en la provisión de alimentos para el mundo, como Australia y Estados Unidos, entre otras. 2 Colombia tiene ante sí la sin igual oportunidad de modificar, para bien de las generaciones próximas, la composición de su estructura productiva, en exceso dependiente de recursos naturales no renovables. El camino indicado - habida cuenta de sus ventajas de localización, clima y tierras, y las apremiantes necesidades del planeta en los años por venir -, es el de los Agronegocios y la Industria Alimentaria, acompañado del turismo de naturaleza. Aparte del aprovechamiento del avance de la ciencia y la tecnología en los ámbitos de la edición genómica y demás disciplinas derivadas de la ingeniería genética, en las que padecemos un atraso agudo, el país tiene que embarcarse en otras tres causas clave a fin de destrabar el desarrollo de la industria agrícola y poder garantizar su seguridad alimentaria, a saber: la ‘ecologización’ de la política fiscal, la seguridad jurídica sobre la propiedad de la tierra, y un vasto programa de construcción de vías terciarias a fin de hacer crecer la frontera agrícola.

En cuanto a la primera, es preciso tener presente que agricultura se escribe con agua. Y que la materialización de los estragos del cambio climático, se expresa fundamentalmente en el estrés hídrico. El deterioro de los páramos - nuestras fábricas de agua -, y la destrucción del bosque natural protector de las cuencas de los ríos, representan la amenaza más grave para nuestra supervivencia.

 

Por ende, con el objeto de enfrentarlos, se requiere, con la mayor celeridad, la adopción de un régimen de tributación ambiental basado en gravámenes a las emisiones de gases de efecto invernadero y, a su vez, de compensaciones o pagos por servicios ambientales tales como la restauración asistida del bosque natural, la conservación de bosques en pie, la reforestación, la regeneración y conservación de la biodiversidad, la conversión de la ganadería extensiva en modalidades silvopastoriles, y la adopción masiva del riego por goteo. 

 

En cuanto a la segunda se refiere, esto es la seguridad jurídica, resulta perentorio la puesta en marcha de un ambicioso programa de actualización catastral y de titularización de la propiedad de la tierra. Buena parte de los tenedores de la misma, en especial los más pequeños, son informales y carentes de títulos que los acrediten legalmente como dueños de sus predios. Por contera, se hallan excluidos de la prestación de servicios financieros de la banca comercial y atrapados en el perverso ‘gota-gota’.

 

3 Y, finalmente, la construcción de vías terciarias en toda la geografía. Este sería el medio más económico, eficiente y rápido con el fin de aumentar, de manera sustancial, la frontera agrícola de la Nación, sin tener que acudir a la tala de bosques en ecosistemas frágiles, e, igualmente, de viabilizar la producción en suelos más fértiles, hoy sin acceso físico a los mercados. Es la hora y la nueva era de la agricultura, y, asimismo, la de Colombia. Manos a la obra.

 

CARLOS GUSTAVO CANO

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