El baile de las que sobran

Columnista Invitado

Hay una famosa canción de rock ochentera, El baile de los que sobran, que narra con buena chispa las diferencias de clase existentes entre la juventud de aquella época. Su mensaje reivindicativo atravesó edades y segmentos sociales, y hoy creemos que sigue vigente, con una disparidad más (¿acaso la raíz de todas?): la desigualdad política, social y económica de los sexos.
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En el colegio nos dijeron que hombres y mujeres somos iguales, según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Constitución, y ya está. Como en la canción, la realidad resultó otra, bastante más amarga e injusta. Nadie nos habló de patriarcado, heteronormatividad, violencia de género, feminismo… Y esa veda nos ha hecho tanto daño que la mayoría de quienes nos leen seguramente juzgan el feminismo como un montón de mujeres ardidas, victimizadas, convertidas en hembras alfa, que arrinconan y anulan la masculinidad. Falso.

Para el caso de las aquí reunidas, somos ibaguereñas, profesionales, hijas, hermanas, solteras, novias, mamás, amigas, latinas… Que hemos pasado por diferentes vivencias que nos han invitado a preguntarnos: ¿Qué peso tiene cada uno de esos rasgos en la visión que tenemos y que la sociedad tiene de nosotras mismas? ¿Por qué, todavía, el sexo o género sigue siendo lo más determinante? ¿En qué va la figura del hombre? ¿Cómo acoplarnos con la gente trans? ¿Y con las mujeres que, dirán, no necesitan ser liberadas o liberadoras de nada?

“A otros enseñaron secretos que a ti no...”. Esta estrofa de la canción resuena en las afortunadas reflexiones de Chimamanda Ngozi Adichie. A las mujeres nos enseñan a vivir en función de los hombres: disimular, complacer, sentarnos bien, ser pasivas, ser buenas esposas, ser las virtuosas del hogar; ¿por qué no inculcar a los hombres, con la misma prioridad, el valor del matrimonio, la familia y la paternidad? Sabemos que hay excepciones, claro; las mujeres de este colectivo, al igual que tantas (pero no muchas) afuera, somos privilegiadas al no haber necesitado el feminismo tanto como la mayoría de niñas y mujeres, y de hombres. A quienes asumen que ya gozamos de iguales derechos y oportunidades que los hombres, que para qué feminismo, que nos quejamos mucho, va un mensaje: el mundo no gira a su alrededor. Hay aún miles de mujeres que pasan de padres a maridos que las gobiernan, desde lo más material y agresivo hasta lo más silencioso y sutil; mujeres que contienen sus opiniones, deseos y necesidades, “por el bien de la familia” o por su economía; hay millones de niñas y mujeres que siguen sin acceder a la educación. Y queda todo por saber sobre la violencia que enfrentamos diariamente en la calle, la casa y la cama. Las mujeres (cis y trans) necesitamos de esta causa. Y de nuevo, los hombres también.

Hoy sabemos qué es feminismo y lo que queremos al unirnos a este movimiento global: que todas las personas tengamos derecho a educarnos, a ser respetadas y amadas, a disfrutar de nuestro cuerpo y nuestra sexualidad, a buscar nuestra libertad y bienestar sin definirnos por nuestro género u orientación sexual. Sí, este baile bien podría no ser feminismo, podría ser humanismo (una concepción de vida integradora de los valores humanos), pero lo llamamos así, en principio, porque ya es justo reconocer que hay un problema de género y, ahora, con todo lo que se han venido sumando, proyectamos un modelo de realidad distinto al excesivamente violento, autoritario, conquistador, egoísta, consumista y vacío que hemos construído y nos ha destruído a todos, pues el sistema machista y patriarcal no solo ha oprimido a las mujeres sino a casi todas las formas de vida social, a “los que sobran”.

Cada vez que una mujer se defiende, defiende a toda la humanidad. Y cada vez que alguien ignora o minimiza la importancia del feminismo, retrocedemos. No todos necesitamos del feminismo en igual medida, pero hay suficientes razones para unirnos. Si para alcanzar una sociedad en la que la identidad y la historia resida en la colectividad, no en el individuo más fuerte, hay que ‘tirar paso’ en la estación del feminismo, seremos feministas entonces. Y muy orgullosas y muy agradecidas. En este baile nadie sobra.

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