La teoría de las manzanas podridas (I)

Columnista Invitado

Cuando en una Institución sale a la luz una ilegalidad o una fechoría, generalmente se le explica a la opinión pública que son sólo “manzanas podridas” o casos aislados: así sucedió cuando conocimos que un grupo de soldados había abusado de una niña indígena, a pesar de haberse acabado de aprobar la cadena perpetua. Sin pretender responsabilizar en aquel episodio, veamos de dónde proviene esta explicación y cuál es el estado del debate científico sobre el tema:
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La expresión corresponde a un proverbio latino, según el cual en una comunidad compuesta mayoritariamente por manzanas buenas y sanas, si aparece una de ellas  podrida (supuestamente la minoría), la maldad reside exclusivamente en ella, en su naturaleza;  todo ello sin cuestionar la institución o las estructuras en donde se presenta el problema. En la naturaleza ello tienen su explicación, porque efectivamente una manzana madura que comienza a podrirse produce una hormona vegetal llamada gas etileno que acelera el proceso de maduración de sus vecinas cercanas: por esto hoy se utiliza este gas para madurar frutas en cámaras; pero en las ciencias sociales o normativas esta metáfora no es aplicable.

Cuando comenzó a construirse la disciplina que ha tratado de explicar la “desviación” o  “maldad” de los seres humanos (1.800, Criminología, Antropología, Sociología), con la pretensión de ser científica, se utilizó el método de las ciencias naturales de la época (Comte, Darwin), hasta llegar a sostener que la condición de “criminal” lo daba la naturaleza misma del ser humano, tal como existen plantas carnívoras que atrapan y matan  insectos. Por ello las primeras explicaciones sobre el problema provienen de médicos (Lombroso por ej.) cometiendo el error científico de naturalizar un fenómeno que corresponde a una construcción social: lo malo, perverso, o peligroso, por ejemplo,  es definido socialmente, no son hechos naturales. La ciencia contemporánea a esta argumentación equivocada y engañosa la llama falacia naturalista (ley de Hume).

Como los seleccionados, objeto de estudio, tenían ciertas características raciales (estatura, color de piel, etc.), los precursores creyeron que esas características físicas originaban la maldad porque la medicina-fisiognómica de la época sostenía que todo comportamiento o forma de ser  correspondía a la naturaleza física; que la moral era expresión del rostro.

Así se fue construyendo la noción de malo y delincuente, según la forma de la cara, del cabello, de la frente, etc., en forma paralela a lo que se iba construyendo socialmente como “feo”. Por eso también en el arte, para mostrar  determinaba personalidad (Dante Alighieri por ej.), se ha pintado de cierto modo los rostros, por ej.: así se obtenía un lujurioso, un despiadado o un mentiroso (Historia de la Fealdad en Umberto Eco), o por ciertas características se justificó la persecución de los judíos (El Mercader de Venecia de Shakespeare), o según intereses se ha cambiado el estereotipo de Jesús (del galileo original  al europeo en Rembrandt, Rafael o Da Vinci).

Dicha explicación naturalista de los fenómenos sociales ha terminado en racismo, clasismo y aporofobia (temor, odio hacia los pobres),  división de la sociedad en buenos y malos, seleccionando a éstos últimos, supuestas manzanas podridas, entre los más vulnerables, sin responsabilizar a la sociedad ni a las instituciones. Por esto la ciencia especializada hoy asume otras posiciones: redefine la maldad y la violencia, cuestiona los valores base de las estructuras sociales o el origen y crisis de las instituciones, da prioridad a la prevención  y las víctimas sobre la reacción y el castigo, como  veremos próximamente.

MAURICIO MARTÍNEZ

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