Celebrar y protestar sí, pero sin dañar a otros

Es sano y deseable que la gente exprese y comparta con otros sus opiniones, su alegría, dolor y tristeza o su disgusto y desacuerdo. Eso les permite sentirse vivos, vibrar, descargar la adrenalina que de otro modo pudiera asfixiarlos y hasta enfermarlos. También, porque les ayuda a sentirse parte de un colectivo a identificar solidaridades y a conseguir adeptos para su causa o socios para sus celebraciones.

No obstante, resulta difícil entender que, tanto el disgusto, la tristeza y el dolor por el fracaso o desacuerdos por asuntos graves o leves, como la euforia por logros de diverso tipo como el éxito de su equipo, de su candidato o una festividad de cualquier orden, con excesiva frecuencia y avivados por el fanatismo desorbitado, se expresan en forma desmesurada, agresiva y hasta violenta. En muchos casos, inclusive. amplificados por el efecto del licor, de sustancias adictivas o manipulados por intereses oscuros, que potencian el salvaje que los actores de tales hechos llevan por dentro.

Es así como observamos directamente o a través de los medios de comunicación, la destrucción de bienes públicos y privados construidos con mucho esfuerzo, la lesión y hasta asesinato de ciudadanos inocentes que dejan un reguero de huérfanos, viudas y familias enteras en duelo de por vida por ese pariente o amigo que tuvo la mala suerte de pasar por el lugar de los acontecimientos, o sencillamente porque hacía parte de grupos, razas, tribus, fanaticadas, equipos, religiones, ideas políticas contrarias.

!Salvajes, vándalos, criminales! son los calificativos que mejor describen a quienes actúan de tal forma. Es cierto que este fenómeno se presenta no sólo en Colombia, también lo padecen muchos otros países, inclusive algunos considerados más civilizados. Las autoridades hacen lo que pueden, declaran ley seca, amplían el pico y placa, prohíben la circulación de motos con parrilleros, agudizan la vigilancia en las zonas de alto riesgo, despliegan batallones enteros y muchas cosas más. La policía de aquí y de otros lugares cumplen su tarea, a veces con excesos, y casi siempre con pobres resultados y con un enorme costo en muy diversos órdenes.

Como si fuera poco, cuando se da la captura de algunos infractores, es muy poco lo que se resuelve, por un lado porque las cárceles y otros centros de reclusión están saturados y su presencia solo agrava esa situación, por lo cual, con frecuencia los infractores terminan sin sanción alguna o, también, porque los lugares donde son recluidos no están equipados para resocializarlos.

De este modo, a pesar de los esfuerzos realizados para prevenir y sancionar, los desmanes siguen ocurriendo con excesiva frecuencia y su nefasto impacto alcanza proporciones desmesuradas. Así lo manifiestan especialmente los transportadores y los comerciantes que ven destruidos y saqueados sus vehículos y locales como resultado de las celebraciones, paros, marchas protestas y manifestaciones que se suceden con inaudita frecuencia.

También los campesinos que ven truncada la posibilidad de llevar sus productos al mercado por los sucesivos bloqueos de las vías; los estudiantes y padres de familia que padecen con preocupación largos días de inasistencia escolar y, por supuesto, tantas familias que ven trucada la vida de sus seres queridos o lesionados en forma temporal o permanente.

Credito
MARTHA CRUZ

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