Los nuevos funcionarios públicos y la imagen que proyectan

Martha Cruz

Se presume que todos los gobernadores y alcaldes recién posesionados y los funcionarios nombrados para desempeñar cargos públicos aspiran a ejecutar una muy buena gestión y todos esperamos que así sea. Entre ellos están algunos que tienen experiencia y otros que no; están quienes han trabajado para ganarse dichos cargos y otros que han llegado por accidente o como cuota de alguien que apoyó tal o cual campaña. También están quienes se han preparado para ejercerlos y otros que no lo han hecho.

Los gobernadores, alcaldes y demás funcionarios elegidos representarán a toda una comunidad y, en el caso de secretarios de despacho y demás directivos, no solo representarán a sus jefes, sino también a la misma comunidad, que a su vez espera verse bien representada. Los ciudadanos aspiramos a que sus actuaciones sean coherentes con los cargos y que sus comportamientos nos permitan tener una positiva percepción de ellos.

Y aquí es pertinente recordar que por razones válidas o no, en términos generales la imagen que tiene la comunidad de los funcionarios públicos es pobre, se les ve como personas arrogantes, negligentes e incumplidas, cuando no despóticas; personas que durante la campana derrochan simpatía, amabilidad y capacidad de escucha y prometen mucho; por ello es grande el esfuerzo que deben aplicar quienes llegan a tales posiciones, para mejorar esa percepción y ello solo pueden hacerlo con hecho concretos.

Y aun cuando para algunos pareciera un asunto banal, un aspecto muy específico al que se recomienda aplicar especial atención es el manejo del Protocolo Público. Si no conocen de ello, deberán aprender con prontitud, pues da seguridad para desempeñarse en los diferentes escenarios y les evitará situaciones incómodas donde se evidencie su desconocimiento del tema. Es importante, por ejemplo, que no confundan sencillez con falta de protocolo, ni protocolo con complicación. En lo público, aún el evento más sencillo debe respetar las jerarquías para hablar, ubicarse, saludar, organizar las banderas, recordando que ellas son símbolos y no elementos ornamentales; deberá saber hasta cómo se debe escuchar el Himno nacional, que por cierto no es con la mano en el pecho.

Tampoco deberá confundir informalidad con descuido. Deberá vestir de acuerdo con el cargo y las circunstancias y cuando asiste a eventos especiales, recordar que está allí en razón del cargo que representa y no a título personal. Es imperativo que distinga claramente las actividades laborales de las sociales y utilizar los atuendos adecuados para cada una de ellas.

Conocer el protocolo público para los funcionarios no es una opción: es una obligación para desempeñar el cargo. Deberá saber sobre las precedencias y normas establecidas por el mismo Estado, pues son ellos quienes deberán dar ejemplo.

Es muy importante la capacidad intelectual, técnica y de trabajo de un funcionario, pero ello no es suficiente; con el mismo interés se debe ocupar de proyectar una buena imagen en todos los escenarios y circunstancias porque, esta es la que primero impresiona y la que permite que aprecien las demás cualidades. Las señales equivocadas que emite con sus gestos, presentación personal y comportamiento, además del lenguaje que utilice y el manejo de los asuntos que trata, afectan su imagen pública y su reputación y, de paso a la institución que representa.

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