Que nada vuelva a ser igual

Daniel Felipe Soto

Cada noche nos acostamos con la esperanza de que, al amanecer el virus no esté ahí. Pero como el dinosaurio, se rehúsa a desaparecer.
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Y pareciera que tuviera una conciencia perversa, no tanto por lo letal sino por enrostrarnos nuestras grandes deficiencias. El segundo país más feliz del mundo, como han pretendido enaltecer el orgullo colombiano, está al desnudo y al alcance de cualquier razonamiento.

Hoy es más fácil entender que aquella visión del país inventada por el gobierno, no es más que una máscara débil y engañosa de la realidad. Es difícil entender cómo aquella visión, permite normalizar los grandes problemas de cada día. Homicidios selectivos a líderes sociales, pobreza, corrupción, privatización de la salud, violencia en cada rincón del territorio. Y todo iba bien, porque esos problemas eran lejanos o responsabilidad exclusiva de los individuos. En todo caso, nunca por causa de las decisiones erradas o amañadas de los gobiernos. Nos han hecho creer, hasta el pleno convencimiento, que la política es un asunto que no nos toca. Aparecen en escena los “apolíticos” o a veces peor, los neo políticos con discursos vacíos de toda ideología con el fin, según ellos, de no polarizar.

En el segundo país más feliz del mundo. Imaginar una Colombia utópica, es una tarea meramente onírica y hasta peligrosa. Pensar por ejemplo, que la cuarentena más que una obligación es un derecho, se convierte en una manifestación antipatriótica y casi herética. Creer que el gobierno debería garantizar que todo ciudadano pueda confinarse en su hogar con todas las garantías, es una posición comunista y guerrillera. Soñar que los bancos sufran de empatía con los colombianos, dejen de percibir billonarias utilidades y congelen los créditos e intereses, raya con el terrorismo. Imaginar que todos puedan tener acceso al sistema de salud, es algo absolutamente ilusorio y tonto. Así es más o menos la realidad que nos han impuesto; han intentado suprimir en nosotros la capacidad de entender que el país podría ser diferente de lo que es.

Que cada cual se salve como pueda y, yo no paro yo produzco. Siguen siendo las máximas con que se gobierna este país. Y los áulicos del gran-colombiano, -nuestro Gran Hermano- como si estuviéramos inmersos en un mundo orwelliano, pretenden que nuestro odio se dirija contra los vampiros, ya que según ellos, son los culpables de la “influencia” y, tal vez si juiciosamente ingerimos desinfectante matemos el virus, como sugirió Trump.

Pero lo que no puede suceder –lo que no van a permitir- bajo ninguna circunstancia, es que el privilegio de la cuarentena se extienda a todos como si fuera un derecho. A medida que aumenta exponencialmente el número de contagiados, la clase trabajadora debe salir a la calle a ponerle el pecho a la pandemia y de paso ellos estrenan camionetas blindadas a prueba de virus.

Es tarea de todos que cuando esto pase, nada siga siendo igual. La pobreza no puede ser lo único que se reparta equitativamente entre los colombianos, mientras ellos acaparan la riqueza y los privilegios. Ojalá cuando todo esto pase, cuando despertemos, nuestro gran dinosaurio, la desigualdad, comience a desaparecer.

DANIEL FELIPE SOTO MEJÍA

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