La talla del poder

Darío Ortiz

Seguramente los lectores que saben de mis años dedicados al ejercicio de las artes plásticas esperarían que aprovechara estas líneas en la prensa para hablar de cultura, o de temas más amables de los que acostumbro tratar.
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Sería más lógico, por ejemplo, que en este mes de abril hablara del quinto centenario de la muerte de Rafael Sanzio o de otro aniversario de Leonardo da Vinci, dos de los grandes talentos del renacimiento, y no del Covid-19 y los problemas socio económicos que se están derivando de él. Pero ellos seguirán cumpliendo celebrados aniversarios por su genio inmortal, mientras que en el país más desigual del mundo nuestros derechos y libertades pueden perderse en cualquier momento entre las comas de un decreto.

Los golpes que tallan un mármol blanco dados con martillo y cincel por la mano sabia de un Miguel Ángel no generarían suspicacia alguna, pues todos podemos ser testigos de su talento y sensibilidad superior. Pero solo el ojo vigilante y agudo de la suma de talentos de nuestra sociedad puede evitar que continúen los golpes que deforman ex profeso nuestra frágil democracia, en aras de cuestionables intereses de quienes tienen el poder como una forma de vida o como negocio personal. Más aún ahora, cuando tras tantos años de ver erosionar el Estado de derecho y su equilibrio de poderes, un virus permite y casi obliga al gobierno a asumir el control de la economía, la sanidad, las pensiones, los desplazamientos e incluso lo llevan a tomar medidas que afectan duramente la esfera de lo privado.

Mientras hemos sido testigos del saqueo sistemático al erario público que no ha parado ni con la peste tocando la puerta, y presenciamos cómo el partido de gobierno propone, argumentando pírricos ahorros, disminuir la representación democrática para su beneficio; vemos cómo dejan seguir debilitando los únicos poderes que podrían hacerles contrapeso: la rama judicial y la prensa libre; que para nadie es un secreto que han intentado desmantelarlos desde múltiples frentes.

A la primera medida de contención del coronavirus se evidenció la debilidad manifiesta de ambos poderes. La justicia en Colombia cojea hoy más que nunca por el retraso tecnológico que le impide hacer frente dignamente a esta desgracia. Represada y agobiada, con mucho menos personal del que debería tener, con un presupuesto muy inferior al que necesitan y con una reforma a fondo atrasada y nunca hecha por una clase política que la prefiere inoperante. Hasta el sistema carcelario esta colapsando, doblado en su capacidad y eso que todos sabemos que la mayoría de los hampones andan sueltos.

Por su parte, los medios de comunicación nacionales, con la venía del estado, han sido cooptados por un puñado de grandes empresarios, especialmente banqueros, que han constituido un verdadero oligopolio en el cual las voces independientes y regionales están destinadas a desaparecer. Y la posición del gobierno no puede ser más clara, pues Duque desde el 2014 siendo congresista ya pedía que se suspendiera la publicidad estatal; medida que si bien no afectaba la supervivencia de los medios grandes, cuyos dueños reciben otros beneficios del estado, si podía ser motor y sustento de los independientes.

Esa política de inanición la impulsa desde que llegó al poder. Pese a que el Estado, siendo de lejos la empresa más grande de Colombia, necesita comunicarle a la sociedad civil todos los días sus diversas políticas, abiertas en incontables frentes.

La justicia paró casi en seco y los medios regionales han perdido durante la cuarentena el 70% de la pauta publicitaria que les quedaba. Y aunque ambos sectores clamaron ayudas del gobierno, se acabó el mes de la emergencia económica y en esa decretitis aguda, maratón nunca vista de improvisación jurídica en la que se repartieron limosnas para unos y billones para otros, no hubo una línea que apoyara esos dos sectores tan golpeados también por las medidas del coronavirus.

Así que ya casi les sale el monstruo que están tallando hace 20 años.

DARÍO ORTIZ

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