Decrecimiento

Darío Ortiz

La ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, ha recibido una lluvia de críticas por sus comentarios en el marco del Congreso Nacional de Minería en Cartagena, acerca de que el Gobierno debía exigir a los países desarrollados que comiencen a decrecer en sus modelos económicos para disminuir los efectos del cambio climático en Colombia. No voy a comentar esas afirmaciones de la que tanto se ha hablado, ni a defender a la ministra, sino a celebrar que el tema del decrecimiento se ponga sobre la mesa.
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Pues mientras Colombia debatía encarnizadamente los comentarios de la ministra, en Alemania se llevaba a cabo  la Cuarta Conferencia Internacional sobre Decrecimiento para la Sostenibilidad Ecológica y la Equidad Social, realizada en Leipzig del 2 al 6 de septiembre. La Conferencia tiene por objetivo cuestionar las políticas y modelos basados en el crecimiento económico. Políticas que consideran que no tienen futuro, cuando la humanidad debería tener compromisos acordes con los límites y realidades del planeta que habitamos. 

 

Sobre la imposibilidad de que el crecimiento económico y el consumo aumenten eternamente ya se hablaba en los años setenta, y el planteamiento de la necesidad de mermar el ritmo de crecimiento o decrecer era tema de estudios económicos desde los años noventa del siglo pasado. 

 

Pero la meta de los que hablan de Decrecimiento no es disminuir per sé el tamaño de la economía, el PIB per cápita o demás indicadores, sino de vivir más frugalmente para controlar el uso y abuso de los recursos naturales, la contaminación y la producción de gases invernadero que están causando el acelerado calentamiento global. Y para conseguirlo proponen bajar, o parar, la espiral de consumo demencial en la que el mundo se encuentra sumergido actualmente.

 

Muchos todavía somos parte de esas generaciones que pudimos vivir y ser felices usando los mismos zapatos hasta que tuvieran huecos por debajo y luego se remontaban para prolongar su existencia.

 

Tiempos en los que había un televisor, un teléfono y un carro, cuando había, por familia y no por persona; se heredaban la ropa, los juguetes, los libros escolares; se racionaba el agua caliente para que alcanzara para todos y se arreglaban los electrodomésticos y los motores de los carros que envejecían con la familia, sin pensar que todo eso fuera sinónimo de pobreza o infelicidad. Tiempos en los que la palabra desechable era denigrante y no sinónimo de algo moderno. 

 

Volver a esos tiempos donde la ropa y los aparatos no tenían obsolescencia programada, donde las cosas se reutilizaban, los plásticos  eran de usos múltiples y la ducha no era una terapia infinita de aguas termales, es lo que proponen en esa conferencia de Leipzig. Si eso pasa consumiremos  menos los recursos finitos de la tierra y muchas industrias disminuirán su ritmo y contaminaran menos... causando el inevitable decrecimiento de la economía. 

 

Las grandes críticas sobre esos intentos de equilibrar la economía con la ecología y la prudencia, recaen en el dudoso futuro de los países subdesarrollados como el nuestro que no han logrado el bienestar de su gente y el muy posible aumento del desempleo global. Ni creen que la sociedad pueda renunciar al placentero vicio de estrenar.

Darío Ortiz

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