Reanudación de relaciones

Darío Ortiz

A mediados de la década de los noventa Venezuela era el destino principal de las exportaciones tolimenses (excluyendo café y petróleo), en un momento en que la región era un pujante centro de producción textil. Venezuela era de los pocos países con los que teníamos una balanza comercial positiva y los textiles fuente importante de empleo. Los informes de la Dian y del Ministerio de Industria y Comercio muestran situaciones similares en otros departamentos, principalmente cuando las exportaciones nacionales hacia Venezuela, durante el auge importador del gobierno Chávez, alcanzaron su pico histórico de más de 6 mil millones de dólares en el año 2008.
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Cifra que comenzó a bajar drásticamente tras el primer congelamiento del comercio bilateral en el 2009, junto a las moratorias de pago a los exportadores colombianos. En el año 2020 nuestras exportaciones hacia Venezuela llegaron a los escasos 195 millones de dólares.

El recuerdo de cifras pasadas permite ser optimistas frente a la reanudación de las relaciones colombo-venezolanas con cuya normalización aspiran reactivar las exportaciones y el comercio de los millones de personas que habitan nuestra enorme frontera común. Comercio que en buena parte fue clandestino durante la administración del presidente Duque y su fracasado cerco diplomático, que incluyó el ridículo reconocimiento de Juan Guaidó como presidente de Venezuela.

Pero como destruir es más fácil que construir, llegar a las cifras promedio de las últimas décadas, a los 2 mil millones que anuncia Maduro o los 10 mil millones que aspira el embajador Benedetti, va a ser una tarea muy difícil ya que se debe recomponer todo el andamiaje logístico, aduanero y fitosanitario, aclarar la ruta arancelaria y dar seguridad jurídica, entre otras cosas. Pero principalmente se necesita reconstruir la deteriorada confianza en los exportadores, tras siete años de vender al vecino como enemigo, en medio de malas noticias, la crisis económica venezolana que hasta ahora da leves indicios de mejoría y la innegable deuda de más de 300 millones de dólares que todavía le deben a los exportadores colombianos.

La apertura de consulados y embajadas es un soplo de aliento a comunidades que habían quedado sin respaldo, con problemas hasta para conservar su legalidad y estatus migratorio. Situación que perjudicó a muchos venezolanos que llegaron a Colombia durante los peores momentos de la crisis, en medio de un ingente bombardeo de mala imagen hacia su país y hacia ellos, causando una innegable xenofobia que llevó a advertir a Medicina Legal que una venezolana en Colombia tenía el doble de probabilidad de morir de forma violenta que una colombiana, un 39 % mayor de sufrir violencia en pareja y un 28 % de estar sometida a violencia sexual, entre otros alarmantes datos. Con problemas para tener acceso a empleo, salud y servicios básicos, sin consulados donde poder pedir ayuda, y en muchos casos sin cómo devolverse por una frontera cerrada.

Si a la dura tarea y el tiempo que van a tomar la reanudación del comercio y de las plenas relaciones bilaterales, sumamos esos innumerables problemas que han tenido los migrantes en ambos países, vale la pena preguntarnos: ¿Qué se ganó con el actuar obtuso de nuestros dirigentes que tomaron decisiones en clara contravía del bienestar de sus pueblos, fracasando incluso en sus mezquinos intereses políticos?

¡Hagamos región y apoyemos lo nuestro!

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DARÍO ORTIZ

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