Desacuerdo con políticas mundiales establecidas

Clara de Zubiria de Meléndez

Si las políticas mundiales generales fueran adecuadas, harían que el mundo estuviera mejor. Estoy generalizando y obviamente no todo lo que se está haciendo en lo global está mal, sin embargo los resultados que vemos parecen provenir más de los intereses de unos pocos que de la búsqueda del bien común.

Se necesita valentía para atreverse a disentir ante políticas mundiales turbulentas, que como ríos enfurecidos, evitan que nademos en su contra. Pero seguir su corriente embravecida tampoco nos hace bien. Me uno a las incógnitas planteadas por el nobel de Economía Joseph Stiglitz, quien se pregunta si el Producto Interno Bruto, PIB, en que el objetivo principal de un gobierno es su crecimiento económico sin tener en cuenta si este conduce o no a la felicidad de sus habitantes, es una buena medición del nivel de vida.

Afortunadamente existen lugares en el mundo que pueden gobernar con independencia como Bután. Su rey en 1972, Jigme Singye Wangchuck, decidió salirse de los parámetros económicos imperantes e hizo transformaciones profundas. Cambió su indicador de desarrollo de PIB a FIB, Felicidad Interna Bruta, sustentado en que “el verdadero desarrollo de la sociedad humana se encuentra en la complementación y refuerzo mutuo del desarrollo material y espiritual”. Los cuatro pilares son: promoción del desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, preservación y promoción de valores culturales, conservación del medio ambiente y establecimiento de un buen gobierno. Su índice de medición se basa en nueve dimensiones: bienestar psicológico, uso del tiempo, vitalidad de la comunidad, cultura, salud, educación, diversidad medioambiental, nivel de vida y gobierno.

Este ejemplo nos invita a repensar nuestra vida. Cambiar una economía global tan poderosa se nos sale de las manos; lo que sí podemos hacer es tomar el camino del medio en donde lo material y lo espiritual se equilibre y nos haga mejores personas. Un lugar con mejores personas es claramente un lugar mejor para vivir; y esto va más allá de lo que define un PIB. El bienestar de las personas comienza en su interior. Por grandes que sean sus riquezas, estas no llenan los vacíos que deja el estar desconectados con su esencia, con su espiritualidad.

Todos tenemos un espíritu que nos habita, que determina lo que somos y que está definido por los talentos y habilidades con los que hemos nacido para cumplir nuestro propósito. Desarrollarlos es vivir nuestra espiritualidad; para identificar nuestras habilidades y talentos ayuda enormemente hacer una pausa en nuestra rutina diaria y observar qué sentimos, qué pensamos y qué hacemos ante las situaciones que se nos presentan. Vivir atentos al momento presente nos reconecta con lo que somos.

Los gobiernos deberían enfocarse no solo en el PIB, sino también en la realización de las personas; lo cual, además de elevar la felicidad y el bienestar, trae como consecuencia lógica el incremento de los bienes materiales.

Comentarios