Lo tuve cerca cuando visitó Bogotá. HabrÃa podido regalarle, o prestarle, uno de mis ojos, o los dos. O leerle a sus autores preferidos: Stevenson, Shaw, Chesterton, Conrad, Spinoza, cuyo Dios sin estrés admiraba.
Tentado estuve de hacer las veces de guÃa turÃstico en el viejo Barrio de la Candelaria, después de su entrevista en San Carlos con el presidente Turbay. No encontré los verbos, adverbios, sustantivos y adjetivos exactos. Me dio pena hablar con errores de sintaxis.
Tentado estuve de meterle la mano al bolsillo para robarle alguna ironÃa, un poema, y salir corriendo, Calle Décima abajo. Le habrÃa podido arrebatar también alguno de los cuentos fantásticos que mi cacumen nunca ha logrado descifrar.
Perdà para siempre la ocasión de que estampara su firma sobre una fotocopia de sus sonetos sobre el ajedrez.
Amnésico, olvidé invitar a matear al memorioso de Buenos Aires, asà en casa no le jalemos a ese democrático brebaje que invita a compartir babas. Lo seguà hasta la sede del Instituto Caro y Cuervo que presidÃa Ignacio Chaves a ver si se me contagiaba por ósmosis una pizca de su talento: esperanza inútil.
Me habrÃa gustado preguntarle por qué Beppo, su gato, "vivÃa en la eternidad del instante". Y le habrÃa agregado : “Và muchos congéneres de Beppo en el cementerio de la Chacarita. ¿Por qué les gustan tanto los cementerios a los gatos gauchos?â€.
Chicanero, le habrÃa dicho que caminé y almorcé por su barrio de Palermo. Y para ganarlo para mi causa le recordarÃa que amé y sufrà donde murió Gardel, pero que no tengo un cabello del Zorzal ni restos del avión accidentado, como miles de paisanos.
Le habrÃa recordado que Ciorán lo llamó “el último delicadoâ€. No estoy seguro, pero también le habrÃa dicho a ver si le arrancaba una cierta sonrisa: “Borges, usted parece rezaoâ€. He debido preguntarle si él era él, o una de sus ficciones.
Olvidé pedirle el teléfono del profesor de la U. de los Andes que proclamó en uno de sus cuentos preferidos que ser colombiano es un acto de fe.
En próxima encarnación le indagaré sobre su perplejidad por los tigres y los espejos. No le preguntarÃa: “Si usted era ateo, Borges, ¿por qué rezaba?â€. Eso se lo pregunto el teatrero español Fernando Arrabal. Respuesta: “Rezo porque se lo prometà a mamáâ€.
Lamento no haber tenido la voz de Edmundo Rivero que le encantaba. Ni se me ocurrió preguntarle por qué no le otorgaron el Nobel. He debido decirle: “Peor para el Nobel que no se ganó un Borges, Don Georgieâ€, asÃ, confianzudito.
Cuando lo conocà envidié a su frágil mujer, MarÃa Kodama. Y recordé a su ex, Elsa Astete, primera dama del extraño ajedrez erótico de su vida. No sé por qué no le pregunté si Elsa era pariente remota del padre Astete, el del catecismo y que por eso se habÃa vuelto escéptico.
Y asà me hubiera fulminado con su mirada huérfana de luz, como la de su colega Homero, le habrÃa preguntado: “Borges, ¿usted por qué nunca amó?â€.
Lamento no haberle dicho lo que una señora cuando se encontró con Groucho Marx en State Street, en Chicago: "Por favor, no se muera. Siga viviendo siempre". Que es lo que está ocurriendo.
A pocos días de su “cumpleaños” (agosto 24) y a 25 años de su muerte, confieso que me habría gustado la utopía de regalarle a Jorge Luis Borges un bastón nuevo con conexión a Internet, para que bajara libros en braille. Quise abrazarlo, darle picos, como hacen los argentinos.
Credito
ÓSCAR DOMÍNGUEZ G.
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