Miento y luego descubro

Se tenía confianza Cristóbal Colón para decir mentiritas. Se agachaba y se le caía una. Gracias a ellas estamos descubiertos.

Su mejor mentira piadosa: que conocía el camino más corto para llegar a la India. Encontró indias, pero desnudas.

Mintió a la hora de redactar su hoja de vida. Se declaró de rancio abolengo, pero no había tal. Se proclamó egresado de la Universidad de Pavía: allí no lo conocían. Bueno, ¿entonces era un ducho marinero? Falso. Eso sí, tenía destreza para conseguir marinos que guiaran sus carabelas.

Nadie como él reconoció el aporte del viento en su utópica empresa. Solo él leyó correctamente en el viento la clave para ir y volver.

Aunque nunca aceptó que lo suyo fuera una utopía: para el hijo de don Domingo en doña Susana era pan comido llegar a Cipango (Japón), desembarcar en la India y tutearse con el Gran Khan navegando hacia el oeste.

Impresionado por los relatos de Marco Polo, estaba seguro de que descubriendo otro rumbo, podría encontrar cosas que hoy venden en el supermercado: pimienta, nueces, nuez moscada, clavos. Y otras más escasas: perlas, piedras preciosas, brocados, marfil.

El genovés se tomó muy a pecho el significado de su nombre y apellido: Cristóbal =portador de Cristo, Colón= repoblar.

El Coloncito mentiroso les vendió a los Reyes Fernando e Isabel una mercancía que no tenía: las Indias. Y le puso precio: tan pronto zarpó, a los 41 años de los 55 que vivió, era Don, Almirante, Virrey, “Gobernador perpetuo de todas las islas que yo descubriese”. Y dueño del 10 por ciento de las riquezas encontradas.

Al final, sus graciosas majestades le embolatarían el 10 por ciento. Para no quedarse atrás, Colón tampoco le pagó a Rodrigo de Triana los 10 mil maravedíes (24 euros por maravedí) que se ganó por haber visto tierra primero que sus colegas.

Confesores como Fray Juan Pérez, que conocían la letra menuda de los extravíos sexuales de sus católicas majestades, los chantajearon: o escuchan a este tío hiperbólico, o cuento todo.

Como Colón no era bobo, nunca les reveló, ni a los Reyes ni a nadie, cómo se proponía llegar a las tierras que finalmente descubrió.

Otra exquisita extravagancia: como nadie sabe para quién trabaja, América lleva el nombre del florentino Américo Vespucio, quien puso las cosas en su sitio diez años después: Colón no llegó a ningunas Indias, encontró un nuevo continente.

Para mantener la calma a bordo y evitar que lo sirvieran en paella a los tiburones, solía mentirles a sus marineros sobre el número de millas recorridas por día.

Cuando todo estaba perdido aparecieron los pájaros. ¿Qué podía significar en la semántica del vuelo la presencia de alcatraces o garjaos en las tres naves? Lo explica Colón en su diario: eran pájaros que se alejaban hasta 20 leguas de la costa para alimentarse. Regresaban en la noche a tierra firme. “Ergo” la tierra estaba a la vuelta de la ola.

Los pájaros y “yerba, mucha yerba”, le indicaban a Colón y a sus hambrientos muchachos que iban por buen camino. Gracias, viento y pájaros: si no fuera por ustedes, no estaría escribiendo estas líneas.

Tan pronto desembarcaron empezaron a buscar oro que en principio solo veían en las orejas y narices de los nativos.

Más rarezas: el acontecimiento se conoció en Europa seis meses después. Y la noticia se dio mal pues los navegantes llegaron a otra parte.

Ahora, si don Cristóbal hubiera manejado cuenta en Twitter habría puesto este trino tan pronto llegó: No distingo al gran Khan entre tanta gente desnuda. Esto parece una playa nudista. Levanto tercera mujer o dejo de apellidarme Colón. Joder.

Credito
ÓSCAR DOMÍNGUEZ G.

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