El día que no me suicidé

Tardíamente leo en El Universal, de Cartagena, la noticia sobre el intento de suicidio de Óscar Domínguez. El doble que intentó apagar su propia luz vive en Sincelejo.

Tardíamente leo en El Universal, de Cartagena, la noticia sobre el intento de suicidio de Óscar Domínguez.  El doble que intentó apagar su propia luz vive en Sincelejo.
    Para tranquilidad de mis acreedores debo confesar que sigo vivo y que no figura en mis planes desocupar el amarradero por la vía del yo contra yo: eso es suicidio.    
    Para recordarme que estoy vivo, cada tres meses cumplo con el forzoso ritual, muy surrealista, que nos impone el Seguro Social a los pensionados: exhibir esta carnita y estos güesitos ante los repetidos ojos de un funcionario bancario.
    El funcionario nos mira con curiosidad de paleontólogo, compara lo que va quedando de nosotros con el número de cédula, y pontifica burocráticamente: este cliente sigue vivo.
    Leo la noticia del intento de suicidio de OD en momentos en que despacho el libro de Pirandello, "El difunto Matías Pascal". La coincidencia me produce cierta escaramuza por allá, en las entretelas.
    Voy en la parte de la novela en la que Matías lee su propio obituario. Me gustaría que alguien escriba algo por el estilo "cuando llegue la ocasión", como dice el tango.
    Para ganarme un buen obituario, suelo recordar la recomendación de Mark Twain: vivir de tal forma que tu muerte la lamente hasta el dueño de la funeraria.
    Quiero desear a mi doble tocayo sincelejano pronta salud. Que no se retire de la vida: ella se encargará de retirarse de nosotros. Sus familiares, que lo aprecian, lo desean a su lado, sin el traje de madera que nos afrijolan antes de pasar al crematorio.
    Así no me haya suicidado ni figure en mis planes inmediatos o remotos, no deja de ser incómoda esa forma de suicidio por interpuesta persona.
    Y menos con prosaico veneno para ratones, esos indeseables que dividen en dos la especie humana: los que corren a treparse a un taburete cuando los ven, y los que simplemente dejan que el gato de la casa se encargue de tan incómodo intruso.
    Tal vez a manera de indemnización por el maltrato sufrido, los ratones fueron ascendidos a “mouse”. Sin ratón no habría Internet, ni correo electrónico. Irónicamente, sin ratones no habría paraíso.
    No estoy rectificando al periódico por informar sobre "mi" muerte. De hecho, donde vivo, nadie ha llamado a dar el pésame. Lo que me hace dudar seriamente de mi importancia.
    Al escribir sobre esa noticia sólo quería curarme en salud, sobre todo desde cuando leí aquel grafiti: "El suicidio puede ser peligroso para la salud". Además, no estaría bien poner más trabajo al maquillador de cadáveres, que tiene bastante con tener que hacer sonreír al finado.
    Jorge Luis Borges contó que alguna vez ideó suicidarse con su amigo Bioy Casares:”No recuerdo si nos suicidamos”.
    Recordemos la “historia” del suicida que se arrojó del último piso del Empire State. Cuando había recorrido dos pisos, reflexionó para darse ánimos: “Como vamos, vamos bien…”.
    Otro fabulista contó que un tipo quiso colgarse de un árbol, pero la soga se rompió y el hombre rodó por la montaña. Quedó hecho un nazareno. Días después se encontró con un amigo quien, viéndolo en muletas, le preguntó qué le había pasado: “No, pues imagínate que me iba a suicidar… y casi me mato”.
    Bromas aparte, mis mejores deseos por la pronta salud de mi doble tocayo. Larga vida para él. Recuerde que lo "malo de la muerte es que es para toda la vida". Disfrutémosla hasta sacarle todo el tuétano.

Credito
ÓSCAR DOMÍNGUEZ G.

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