Amor al primer verso

Marujita, me sumo (resto y multiplico) al mensaje de Ricardo para mandarte un mundo de felicitaciones este domingo día de tu cumpleaños. (Que sean dos mundos porque el día de gastar se gasta). Ya mismo me doy el regalo de tu cumpleaños leyendo poemas tuyos que tengo aquí no más, al lado del hígado que es el que regula el amor, según una propaganda que salió del aire.

Saludos en cantidades para Ana Mercedes. A continuación te recuerdo una de las notas que escribí sobre ti hace muchos versos. Mil buñuelos de felicidad. OD


Un  matrimonio entre poetas que empezó por correo acaba de cumplir 50 años. La pareja todavía se dice antes de darse el besito de las buenas noches: “Estando los dos estamos todos”.

La receta para que ese amor haya durado eternamente es un tanto exótica: Ella, Marujita Vieira,  vive en el más acá. Él, José María Vivas, hace medio siglo habita el más allá.


Marujita celebró las bodas de oro de su matrimonio con el lanzamiento en la Biblioteca del Gimnasio Moderno de un libro de su hija Ana Mercedes.  


“Entre la espada y la pared” (Apidama Ediciones) fue bautizada la obra en la que la heredera de dos musas deja oír su bella, propia y profunda voz. Además, para declamar sus versos, se tiene toda la confianza.


Cuando el poeta Vivas se abrió del parche de la vida, su “dulce enemiga” estaba embarazada de Ana Mercedes. Si todo esto no es surrealista, que me devuelven la plata.


El proxeneta de ese romance del nunca acabó-se, fue Otto Morales. Marujita, manizaleña de todo el Ruiz, hija de un godito de amarrar en el dedo gordo, el apuesto coronel Joaquín Vieira, trabajaba en Caracas, donde era estrella de radio y televisión.


Morales Benítez, su colega en la Academia de la Lengua, le enviaba revistas y periódicos para mantenerla datiada literariamente.


En esa correspondencia descubrió Marujita al poeta Vivas, a quien considera “el eslabón perdido entre el hombre y el arcángel”. Fue amor al primer verso.


El azar, alias que los ateos le tienen a Dios, se encargó del resto. Con el tiempo y muchos sonetos, Marujita y Vivas coincidieron en una velada cultural en Cali. La epístola de San Pablo, gran escritor aunque pésimo jinete, le pondría la cereza al romance.


¿Reincidir en matrimonio a la muerte de su Vivas? Jamás. “En el cálculo de probabilidades nadie puede encontrar dos veces la perfección”, confiesa Marujita –nacida el mismo día que el Niño Dios- en el libro Palabras de los mayores, de Miryam Bautista, que me prestó y no le he devuelto a Constanza, sobrina de Marujita. (Favor guardarme el robo, perdón, el secreto).


Por ese motivo, gallinazos de alto vuelo que aletearon en su ámbito, como Germán Arciniegas e Indalecio Liévano Aguirre, se quedaron con la carabina al hombro.


La historia que dizque carece se imaginación, se había repetido, con otros matices, en los amores que vivieron los padres de Marujita.


Ellos se conocieron cuando Merceditas White Uribe, hija de Rita Uribe, tía del general Rafael Uribe Uribe, tenía diez ingenuos años y coleccionaba muñecas. El coronel le llevaba de ventaja 22 años y una inútil guerra, la de los Mil Días.

Aunque Ripley sí lo crea, Merceditas lo conoció cuando el coronel fue a su casa a “devolver” a su hermano de 14 abriles. La guerra, pensó el coronel, no era sitio para un mozalbete. Y regresó a su piernipeludo rival a las faldas de mamá Mercedes, su futura suegra.

El azar los volvió a juntar siete años después cuando mi coronel era alcalde Manizales. Cupido puso el resto. El resto se llamarían Gilberto Vieira, el pacífico comunista que tenía cara de activista del Opus Dei, y quien levantó a su prole con música y letra de los Beatles (Constanza dixit), y Marujita, quien hace ochentaipico de años es joven. La casa de los Vieira White fue una especie de anticipada ONU en la que convivían todos los bostezos políticos.


Maruja Vieira, como su esposo, como Ana Mercedes, decidió vivir en olor de poesía. Congratulaciones por esos primeros 50 años del casorio con el amor de todas sus vidas. Y felicitaciones en su cumpleaños. 

Credito
ÓSCAR DOMÍNGUEZ G.

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