Chita deja la pasarela

El glorioso cine en blanco y negro acaba de perder a uno de sus mayores íconos: Chita. Nació macho, pero murió hembra por pragmatismo laboral.

Había nacido “varón” en Liberia, África, el 9 de abril de 1932. Jiggs fue el primer nombre de este remoto pariente nuestro, fruto de un “bogotazo” de amor.

Cuando empezó a trabajar en las películas de Tarzán, lo bautizaron Cheetah. Como su nombre gringo pronunciado en español suena Chita, se quedó así. Aprovechó para cambiar de sexo sin bisturí de por medio.


Para ser feliz decidió tener buena salud y mala memoria. Murió de una combinación de buena salud, fama, diabetes y problemas renales.


Se volvió eternidad a los 80 diciembres. Los oportunistas del Guinness Récords que viven de la insoportable excentricidad ajena, lo habían declarado el simio más viejo del mundo.


Los chimpancés suelen vivir menos de 30 años. Pero no alcanzó el tal salón de la fama, en Hollywood, privilegio que lograron Lassie y Rintintín, más lagartos que ella.


Así como algunos nacen para reyes sin mover el índice, Chita nació para ser diva. Tal vez por ello se dio la extraña licencia de morir un 24 de diciembre.


Nacer o morir el 24 del último mes tiene el inconveniente –o la ventaja- de que nadie se da cuenta. Nacer ese día es un lapsus. También es humorada nacer el 29 de febrero de años bisiestos como este “que prácticamente ya se acabó”, como dirían en La Luciérnaga.


Un amigo que cumple el 24 de diciembre suele llamarme temprano para que lo felicite. En agradecimiento, suele regalarme escaleras, exhostos, bonos para comprar palillos dentales. El mundo se podría acabar el día de Navidad y nadie se daría por aludido.


Tenía la edad de nuestros sueños eróticos. Chita estuvo en la edad de piedra de los amores platónicos de muchos proustáticos. (Amores platónicos son aquellos en los que uno pone las ganas, el amor, el miedo, el insomnio, el desespero, la tusa, la quincena, todo. Ellas responden con el desdén y enciman el olvido).


Mi primer amor platónico fue Jane que encarnaba Maureen O’Sullivan, madre de Mia Farrow. Me enamoré de Jane después de fracasar en la conquista de la Sota de Bastos. Fueron las primeras dos “mujeres” que vi ligeras de ropa. De niño, con la libido acosando, uno le tira a lo que se mueva.


Pero nadie es perfecto, ni siquiera Chita. Contaba su chaperón y “coach transaccional”, Dan Westfall, que exigía canciones de Julio Iglesias. Se ponía tan feliz como cuando Jane y Tarzán (Johnny Weismuller) se daban el besito de las buenas noches. Un besito de esos fue la cuota inicial de Boy, el hijo. También pintaba, vendía sus cuadros a 115 euros, y veía fútbol.


Chita: descansa en esa deliciosa patria boba que es la nostalgia de tus irrevocables fans.

Credito
ÓSCAR DOMÍNGUEZ G.

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