Con las Calle en la Alzate Avendaño

Había conocido, enterito, a un Papa, Juan Pablo II, cuando vino a Colombia. Pero algo le faltaba a mi hoja de vida: conocer a las hermanitas Calle, los íconos de la música guasca o de carrilera, pura poesía montañera.

Con esa música crecí en mi niñez en Montebello, Santa Bárbara e intermedias, en Antioquia. Mi padre enamoró a mi madre con esas melodías. Soy música de carrilera que ronca.

La carrilera llega a los pueblos donde escasean Neruda, Silva, Quevedo y Villegas, Carranza. Nadie los echa de menos.


El domingo 22 de enero las oímos cantar en vivo: “Estoy oji hundido, en los meros huesos, todito culiseco de tanto sufrir, y vos, jarretona, echando barriga, durmiendo con otro y burlándote de mi”.


Todo pasó en el viejo barrio bogotano de La Candelaria. Buses a todos los barrios. Damas no pagan. Agotada la boletería. Hasta retratos  tomé. (Aprovecho el paréntesis para confesar que escuchándolas se me “piantó” más de un lagrimón).


El escenario no fue precisamente una cantina atiborrada de borrachitos besuqueadores. No, cantaron en la clausura del Festival Centro, auspiciado por la Alcaldía de Bogotá, en el teatro de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, llamada así en memoria y homenaje al célebre Mariscal caldense, un escritor para quitarse el sombrero y hasta la cabeza.


La velada transcurrió a palo seco. Ni falta que nos hizo el trago para escuchar al dueto que irrumpió hace 47 años, según contó Fabiola Calle.


El teatro queda en el barrio donde el poeta Silva se suicidó disparándose un nocturno en el corazón. Cerca están la casa donde nació el “Divino” Vargas Vila y la Biblioteca Luis Ángel Arango. Las gordas que cuelgan del museo Botero, escucharon encantadas – y de gorra- el concierto. Porque lo podemos llamar así, sin ruborizarnos.


Vimos y escuchamos al 50 por ciento de las Hermanitas Calle, de Ciudad Bolívar, Antioquia, donde nacen los argentinos del suroeste. En 2003 Nelly, la otra hermanita, se abrió del parche de la vida. ("Hermanitas Cállense", les dice cierta envidiosa oposición).


Mary Cañas la remplaza con todos los juguetes. Algo se comió que la puso maluquita ese domingo. Pero se alivió cantando: “Si no me querés, te corto la cara, con una cuchilla de esas de afeitaaaar…“.


Hubo asistencia miti-miti: mitad jóvenes, mitad viejos. Todos unidos por el cordón umbilical de la carrilera, llamada así porque en el antier, a los discos de 78 rpm (revoluciones por minuto, para los que acaban de llegar a la vida) los transportaban en ferrocarril.


Lo cuenta la musicóloga Ofelia Peláez, quien se proclama “gamín de ferrocarril” porque en sus años tiernos se la pasaba montando en estos bellos cachivaches.


Los discos eran producidos en Medellín por los Bedú, como les decían, y Ramírez Johns. Del resto se encargaban los vendedores y su majestad el tren.


No pude quedarme en el teatro para escuchar a los Goldes Boys con quienes azotamos baldosa en nuestra “jodentud”. Tenía que regresar rápido al cambuche  a ponerme la bolsita de agua caliente para mitigar esa enfermedad incurable que nos nivela por lo alto a ricos y arrancados, ateos y plomeros: la nostalgia.


Dimos las gracias y nos volvimos noche en la tarde bogotana al ritmo de: “Gaviota traidora, si estás decidida, no lo pienses tanto, y echate a volar”.

Credito
ÓSCAR DOMÍNGUEZ G.

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