Tengo la camisa blanca

Gracias a los primeros cien años de El Colombiano (¡felicitaciones¡) soy una camisa blanca más rico y numerosas sonrisas más pobre.

Posamos con camisa blanca para la cara del nuevo tabloide que se puede llevar a todas partes, como la cédula. O la última novia, que siempre es la primera. En reciprocidad, nos regalaron la prenda. Las sonrisas las gasté tratando de  mejorar esta pinta que Dios en su extraña bondad me dio.

La camisa que me tocó, una XL, marca Arturo Calle, es de un “muerto” más grande. No había más pequeñas, pero a caballo regalado no se le mira el diente.


Tendré que pedirle a mi sastre Jesús Valencia que adapte la camisa a estas carnitas y a estos huesitos de sexagenario. Le pasaré la cuenta al Gerente, Luis Miguel de Bedout, cuya caja menor debe estar exhausta con tantos gastos. Pero así es el periodismo: los gerentes se desvelan consiguiendo plata para que los periodistas la despilfarremos.


Ahora, si bien soy un farsante, no sirvo para sacar sonrisas de la nada. Tampoco soy gestual, no hablo con las manos. Y eso que tuve la asesoría de Eduardo Llorente, uno de los fotógrafos encargados de tomar las nuevas vistas a muchos de nosotros.


Le dije al retratero que el mundo está como está, porque la gente dice whisky en vez de bebérselo. Repetí el viejo chiste  a ver si me fluía una pose espontánea.


Para inspirarme, Eduardo me mostró los estudios que les había hecho a María Clara Ospina y a Arturo Guerrero. María Clara se lució. Cuando uno duerme sin problemas de chequera no hay que despelucarse para improvisar sonrisas.


Arturo y yo lucimos cara de quien no tiene completa la plata para el arriendo y los servicios. Guerrero, cucuteño “pero” criado en Bogotá, logró piratear una pose de Steve Jobs, agarrándose el mentón. Yo traté de clonar a Bill Gates. Me quedaron faltando 70 mil millones de dólares.


Los fotógrafos suelen hacer milagros. Aunque se da el caso de que "fotoshop no da lo que natura no presta".


Me gustó una pose en la que quedé en tramador claroscuro. Exagerando, quedé como esos cuadros de Rembrandt que son miti-miti: mitad Natalia París, mitad Dorlan Pabón.


Espero que los columnistas no hayamos quedado muy uniformados, como si hubiéramos hecho la primera comunión el mismo día.


Eduardo me preguntó sobre qué escribía. Le conté que me las daba de chistocito en mis columnas. Ojalá la vista que finalmente seleccionaron se parezca a lo que escribo.


No es por dármelas, ni por exigir el pago de una retroactividad que haría temblar la registradora,  pero me considero el aplastateclas más antiguo de El Colombiano. Cargo ladrillo para ese rotativo desde hace unos sesenta años cuando vendía el periódico los domingos en La Estrella, a un rosario al sur de Medellín. In illo témpore los voceadores gritábamos los titulares para vender más.


Ahora como pluma mercenaria aporto algunos párrafos semanales al centenario periódico. Desde mi condición de mueble viejo proclamo: Japiberdi, Colombiano.

Credito
ÓSCAR DOMÍNGUEZ G.

Comentarios