Bienvenidos al olvido

Óscar Domínguez Giraldo

Circulan versiones encontradas sobre el alzheimer que padece el Nobel García Márquez. Que sí, dice su hermano Jaime. Que no, dispara por twitter el gordo Abello, mandamás de la fundación Nuevo Periodismo.

El señor Alzheimer, “inventor” del lapsus, muere por tenerlo en la cofradía.

“Terciopelo” Caballero, de RCN, jura que el fabulista recuerda las letras de los boleros con sustantivos y adjetivos. Que cantaron en dueto, sostiene Toño.

¿Y qué si el Maestro tiene alzhéimer? Está en todo su derecho. También le puede dar gota, o lo puede incomodar la prosaica próstata. O dar un traspiés.  “Un tropezón cualquier da en la vida…”.  

El alzheimer sería una forma válida de retirarse en silencio de un mundo que enriqueció con sus ficciones. Es humano flaquear de la memoria. La edad viene acompañada. Le da miedo andar sola.

Lo que ha dicho su hermano es una forma de bajarle la temperatura a lo que le está pasando a Don Gabriel. ¿Que se le olvidan los nombres de las personas? ¿Y? La memoria, como el amor, es eterna mientras dura.

Me alquilo para recordarle al Nobel que mañana es viernes. Pago por compartir un segundo de su espléndido ocaso en México, esa guardería para colombianos donde comparte contaminación ambiental con Álvaro Mutis y Fernando Vallejo. 

Si el abuelo Gabriel padece alzheimer, lo interpreto como una forma exótica de vivir para él solito. Respetemos su silencio. Ya escribió y vivió para los demás.

Lo de demencia senil suena más prosaico. Uno acepta que al Gabo lo visite el alemán, pero lo de demencia es menos amable. En este caso,  sería preferible hablar de la “razón de la sinrazón”, copiándonos del Quijote. 

Envejecer es ingresar forzosamente a la desmemoria. Un tsunami implacable va pasando por nuestra hoja de vida borrando certezas, nostalgias, perfiles, atardeceres, novias, suspiros, escepticismos.

Tarde o temprano nos llegan coqueteos del señor Alzheimer, benévolo con unos, demoledor con otros.

Es bueno para la salud adelgazar de recuerdos poco amables, malucos. Bien idos son. Pero quisiéramos que muchas habilidades  nos acompañaran hasta el horno crematorio.

Por ejemplo: me gustaría saber siempre que la llave sirve para abrir la puerta de la calle. O para saber que existe la calle, lugar donde muchos “nos sentimos como en casa” (=Ruy Castro, cronista brasileño). 

Los hay que cojean de la memoria hasta el punto de que en la mañana son ateos y en la tarde creen en todos los dioses. O al revés. 

De pronto ignoramos si pagamos o no los servicios. Buscamos las gafas sin reparar que las tenemos puestas. Hacemos la misma pregunta diez veces. Olvidamos engullirnos las pepas para fortalecer la memoria. Cambiamos un verbo por un inofensivo adverbio.

Por pragmatismo, es mejor empezar a darle la bienvenida al olvido. A los olvidos. Porque el que esté libre de alzheimer que tire la primera amnesia.

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