A petición del público, como dicen los circos pobres pero honrados que se despiden varias veces, vuelvo con mis historias, no sin antes pasar la ponchera para pedir la limosnita de anécdotas similares:
Había conocido, enterito, a un Papa, Juan Pablo II, cuando vino a Colombia. Pero algo le faltaba a mi hoja de vida: conocer a las hermanitas Calle, los íconos de la música guasca o de carrilera, pura poesía montañera.
En un solemne y variopinto funeral una otoñal amiga me detalla con curiosidad de paleontóloga. Luego me electrocuta con la pregunta: “¿Y cuándo nos volvimos tan viejos?”. Pese al arzobispal “nos” que la incluía, me dejó sin norte, sur, oriente, ni occidente. Y yo que me creía curado de espantos.
Para recibir el año, cumplo con la obra de misericordia de advertir sobre el peligro que representa para la estética urbana la proliferación de caderas pluscuamperfectas.
Estos reyes magos eran más raros que un camello con tenis. Eran incapaces de sacar un conejo o una paloma de un sombrero. Eran magos en la acepción antigua de “hombres sabios”. Pero si no eran magos, eran reyes, o sea, inútiles por definición. Nacieron en rancia cuna. Esa fue su gracia.
Marujita, me sumo (resto y multiplico) al mensaje de Ricardo para mandarte un mundo de felicitaciones este domingo día de tu cumpleaños. (Que sean dos mundos porque el día de gastar se gasta). Ya mismo me doy el regalo de tu cumpleaños leyendo poemas tuyos que tengo aquí no más, al lado del hígado que es el que regula el amor, según una propaganda que salió del aire.