Llega junio por entre las tiendas del almanaque y se nos alborota la vena tanguera. O gardeliana. Junio, tango, Gardel: una vieja y siempre nueva trinidad.
En esa época estrenábamos de pie a cabeza. En las procesiones, algunas bajo el resisterio del mediodía, había que domar los zapatos nuevos trepando empinadas faldas.
En vida, a Dimas le decían el buen ladrón. Lo que hoy llamamos un “ladrón honrado”. Hurtaba por deporte, para saciar, siguiendo el mandato del libro de los Proverbios (6.30).
Es hora de imaginar lo que el venezolano Manuel Antonio Carreño (1812-1874), el ayatolesco autor de la célebre urbanidad, habría escrito de haber vivido en tiempos del celular y del BlackBerry, su pariente rico:
Lo malo de encontrarse uno con personajes es que estos no se encuentran con uno. Lo constaté con García Márquez a quien la aldea global le celebra sus primeros 85 abriles.
Si un extraterrestre irrumpiera de sopetón en algún coctel concluiría que en la aldea global no pasa nada, a juzgar por las sonrisas de oreja a oreja de los asistentes.
Si un extraterrestre irrumpiera de sopetón en algún coctel concluiría que en la aldea global no pasa nada, a juzgar por las sonrisas de oreja a oreja de los asistentes.