Ahora sí, nos tapó la ramazón

Nos tapó definitivamente, como diría nuestro filósofo local Cholagogue, ante el crimen del estudiante guajiro Luis Colmenares de la encopetada Universidad de los Andes en plena celebración del Halloween, lo que pone en evidencia varias circunstancias que al mirarlas aisladamente o en su conjunto, aterran por su significado.

Nos tapó definitivamente, como diría nuestro filósofo local Cholagogue, ante el crimen del estudiante guajiro Luis Colmenares de la encopetada Universidad de los Andes en plena celebración del Halloween, lo que pone en evidencia varias circunstancias que al mirarlas aisladamente o en su conjunto, aterran por su significado.

Un grupo de estudiantes del principal centro universitario de élite en Colombia se pone de acuerdo, si no para asesinar a un compañero suyo, como parece, sí para amparar en los primeros momentos con su silencio cómplice el crimen perpetrado, e intentar taparlo después, con la inefable coartada, que una vez descubierto, conciertan.  


Todo ello acompañado por el comportamiento alcahuete de los padres de los implicados, miembros de acaudaladas y “prestantes” familias, que procuran la impunidad de lo sucedido, utilizando para ello influencias y, al parecer, sus recursos económicos.


Con algo más grave aún: el aparato de investigación del Estado, en su conjunto, cede a las indebidas presiones de aquellos y cubre el delito con su manto de corrupción, contribuyendo eficazmente a hacerlo aparecer como un suicidio. La propia Fiscalía, nada menos que en cabeza de su director, Néstor Armando Novoa, y el correspondiente Fiscal de la Unidad de Vida de Bogotá, con el auxilio del mismísimo cuerpo científico de Medicina Legal a través de la necropsia y mediante sus informes, borran y ocultan evidencia, terminando por archivar el proceso y autorizar la inhumación del cadáver.


Todo lo cual permite inferir lo que algún comentarista de este diario señalaba en reciente artículo: la justicia colombiana antes que pequeños retoques a su carcomida estructura, o sea en lo que los mecánicos llaman latonería y pintura, precisa cambios en todos los órdenes: policías, fiscales, jueces, auxiliares, cortes, notarios, aparatos administrativos y de control y todo lo demás.


Igual a lo que pasa con la universidad colombiana, en donde los valores y principios fueron erradicados de los pénsumes, como se ve y advierte que sucedió en los Andes.


“Mucho tilín y poco de paletas”: mucha ciencia y técnica, muchos computadores y formación informática, derroche de gasto, pero nada de principios éticos y morales, de esos que se enseñaban antes para inducir a las personas a portarse bien, a ganarse la plata honradamente, a temerle a la autoridad, a acatar la ley, a respetar la vida, la honra y los bienes ajenos; a no prevalerse del poder que da el dinero para violar las normas y hacer lo que se nos venga en gana pasando por encima de los demás.


Se han ido trastocando los valores y alterado de manera tan negativa las costumbres en esta inmarcesible Colombia, que casi podemos decir que la academia de esta hora de ahora, también cayó en la “nueva cultura” en la que resulta aceptable el uso en provecho propio del Estado; con un agravante: “los genios” que la dirigen no se han dado cuenta y han terminado por convertirlo tolerable, a la mejor manera de aquel que ingenuamente frente a la inminente tragedia manifestaba no importarle la suerte de la aeronave en que viajaba, porque ésta no era de su propiedad.

Credito
DON SEVERO

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