La bonanza sin guardia

Eduardo Durán

Cuando la bonanza asoma, los ciudadanos suelen bajar la guardia y dedicarse más bien a disfrutar de unos resultados que se reflejan en la buena marcha de la actividad diaria y en las facilidades que ofrece una economía que crece.

Pero es allí en donde surgen los oportunistas que observan que la luz de la poterna es débil y que el guardián de la heredad está distraído, para desatar sus tentáculos y actuar a sus anchas con toda la perversidad posible.

Lo que padece Brasil por estos días, en donde millones de personas han salido a las calles a protestar por el estado de corrupción que se apoderó del país, es una reacción tardía en medio de la desesperanza por ver la presencia de las vacas flacas en todos los escenarios de la actividad pública.

Observan los cariocas que esa economía que crecía como ninguna, a tasas que llegaban al 7.5 y que prometía que pronto estaría en las grandes ligas del mundo, al lado de los países de mayor crecimiento, se desinfla por la influencia de los corruptos y por la falta de acción del Estado que ha permitido que esos agazapados oportunistas hagan de las suyas con las empresas gubernamentales e infiltren los presupuestos para apropiarse de ellos, usurpando una bonanza que debería ser para el disfrute de todos los ciudadanos.

Tarde se han dado cuenta de que los recursos han ido a parar a donde no debían y que sus indicadores económicos comenzaron a torcerse en detrimento de todas las expectativas de crecimiento, resurgiendo la pobreza y opacando el futuro de millones de personas

Es una lección que no se aprende por parte de los ciudadanos en todas las latitudes, pues entre mejores sean las condiciones, más hay que cuidar el escenario, pues de lo contrario el espacio que se deja, entra a ser ocupado por los corruptos que terminan saciando sus voraces apetitos, frente a la mirada complaciente de los pocos vigilantes que quedan.

Brasil hace apenas un par de años sacaba pecho en todo el Continente y hacía alarde de sus condiciones favorables, y ahora se avergüenza por todo lo que permitió que sucediera y que lo coloca en aprietos para poder atender hasta sus necesidades apremiantes.

Una lección que debemos aprender, pues siempre que no hay controles suficientes, el desastre no tarda en llegar.

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