¿Qué queda atrás?

Eduardo Durán

Comenzamos un año nuevo, y con él todos los pronósticos y anhelos que los seres humanos queremos realizar. Muchos anhelan más felicidad, mayor voluntad y ánimo para alcanzar objetivos, viajes, dinero y amor.

Pero casi todo eso que se piensa resulta baladí y tal vez romántico, pues apenas despunta el año la amnesia comienza a invadir el cerebro y lamentablemente a donde primero llega es al sitio en donde se encuentran los propósitos que queremos hacer para propiciar el mejoramiento.

El consejo que yo les quiero dar hoy a los lectores, es que hagamos la tarea al revés; que no pensemos tanto en las cosas buenas que pretendamos alcanzar, sino que hagamos una lista de las cosas malas de las cuales debemos despojarnos, y creo que si cumplimos una parte, aseguraremos que por lo menos esta sociedad a la que pertenecemos pueda estar en condiciones de avanzar sin tantos obstáculos.

Que se evidencien entonces las dosis de odio que muchos manejan, la envidia, la falta de solidaridad con el prójimo, la carencia de afecto familiar; la pereza, la ausencia de compromiso frente a las responsabilidades, y así cada cual puede ir agregando una causa negativa, para entender que el mundo tiene que avanzar mas rápidamente en la racionalidad, si estamos dispuestos a dejar atrás lo nocivo, lo corrosivo, lo irritante y lo perturbador.

Se ha demostrado suficientemente que los seres humanos no avanzamos cuando le damos cabida y habitación a tanto sentimiento negativo que nos atormenta, que nos hace actuar mal y que nos impide alcanzar resultados positivos.

Cuando una persona tiene el coraje de reconocer sus fallas, ahí es cuando ya comienza a ganar mucho, cuando la proyección se evidencia y cuando los resultados positivos están en capacidad de aflorar.

Los seres humanos somos todos expertos en identificar cualidades, pero no en reconocer defectos. Errar es de humanos, dice el viejo y sabio principio lo que nos lleva a pensar que en la vida muchas, pero muchas cosas, salen mal porque han partido de una premisa no válida, por lo general preñada de error y rodeada de un sentimiento negativo que la estrangula a medida que quiere crecer.

El que no reconoce errores, está condenado al fracaso. Esta la razón por la cual me atrevo a proponer este ejercicio, con la seguridad de que la rectificación vendrá en camino y que ese recorrido estará despojado de tanta maleza que nos invade, nos perturba y nos lleva al fracaso. Feliz año para todos.

eduardodurangomez@yahoo.com

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