El centenario de Augusto Espinosa

Eduardo Durán

Tal vez las nuevas generaciones no sepan quién fue Augusto Espinosa Valderrama; pero para quienes conocieron a fondo esa atrayente e influyente personalidad, no pueden de ninguna manera negar la enorme influencia que tuvo en la política colombiana, durante una extensa carrera de servicio al Partido Liberal, que lo llevó por todas las responsabilidades posibles: concejal, diputado, parlamentario, ministro, embajador, director de su partido y gestor de muchas campañas presidenciales que le permitieron a su colectividad ejercer el gobierno.

Dentro de las muchas facetas que tuvo ese hombre menudo, de rostro imponente, de mirada penetrante y de voz certera, firme y elocuente, deben destacarse sus indiscutibles méritos como parlamentario, en donde además fue su hábitat natural, en donde mejor se sentía y en donde mejor actuaba.

Desde el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, se distinguió como el hombre fuerte del Parlamento y le correspondió ser su leal y efectivo defensor, cuando la oposición dominaba el Congreso y amenazaba con volver trizas a ese gobierno que estructuraba toda clase de reformas para salir de la crisis que había encontrado. Su accionar audaz, decidido y valiente le permitió manejar el escenario parlamentario, hacer aprobar las reformas contra todos los pronósticos, y poner a salvo al gobierno, cuando el propio Lleras veía que las puertas se cerraban y que debía preparar su renuncia.

Desde entonces se consolidó la figura de Augusto Espinosa como uno de los grandes de la política colombiana y allí continuó su accionar como personaje fundamental, hasta que su partido vio que él constituía su carta imprescindible y primordial para encarnar la candidatura presidencial. Todo se movía en esa dirección y los grandes jefes tenían un consenso en que esa sería la carta ganadora.

Un día, los más destacados jefes del liberalismo decidieron visitarlo en su casa para ofrecerle el homenaje y su adhesión. Cuál sería la sorpresa, cuando Augusto Espinosa apareció, saludó con expresión severa a cada uno de los asistentes y les transmitió la tremenda y desoladora noticia “amo la vida, quiero vivir” comenzó a decirles, pero inmediatamente les compartió el parte médico: un cáncer estaba incrustado en su cuerpo y sus días estaban contados.

Hasta ahí llegó la carrera fulgurante de esa enorme figura política, cuando las puertas del palacio presidencial tal vez comenzaban a abrirse para brindarle su entrada triunfal.

Lo demás, el país lo sabe: surgió Virgilio Barco y el liberalismo, que contaba con unas mayorías consolidadas, lo instaló en la presidencia.

eduardodurangomez@yahoo.com

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