A repensar nuestra ingeniería

Eduardo Durán

Al inaugurarse por fin el túnel de La Línea, después de 15 años de construcción, y de haber sido propuesto desde 1913, se confirma una vez más la enorme dificultad que tiene nuestro país para adelantar los grandes proyectos que requiere para su desarrollo.
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Esta situación nos ha producido un retraso descomunal frente a países como Brasil, Chile, Argentina y hasta Ecuador, que hoy puede exhibir una infraestructura magnífica en muchos escenarios del país.

Le tenemos físico miedo a las grandes obras, y cuando alguien habla de ellas, la gente sale espantada y siempre piensa que eso es imposible en nuestro país. Esa audacia que exhibieron los líderes del radicalismo en la segunda mitad del siglo XIX, cuando transformaron la educación en Colombia y fuera de eso pensaron la conectividad del país a través de una red férrea, se desinfló completamente en el siglo XX, en donde no solo acabamos con el ferrocarril ya establecido, sino que no supimos reemplazarlo por ninguna otra alternativa.

El presidente Duque tuvo la valentía de terminar esta obra de La Línea, y ello nos debe demostrar que es la hora de pensar en grande en materia de infraestructura: pensar por largas décadas un proyecto, es permitir que la ineficiencia y la ineptitud nos invada y que vayamos quedando atrás del resto del mundo en materia de progreso.

Cuando los dirigentes no piensan en las próximas generaciones, a la hora de proyectar su acción, el parroquialismo nos invade y la mediocridad nos acobarda. Colombia es un país atravesado por tres cordilleras y la infraestructura tiene que pensarse de manera audaz, acorde con lo que están haciendo países como China, quienes aprendieron la lección y nada les queda grande.

Pero a tono con esto, hay que repensar también a la hora de efectuar la contratación, pues la experiencia ha demostrado que no se aplican exigencias técnicas elementales y el desengaño no tarda en llegar, cuando se comprueba que a los beneficiarios de las adjudicaciones les queda grande el proyecto y es cuando comienzan a agrandarse los tiempos y a desperdiciarse los recursos, hasta que se demuestra que al larguísimo final una obra ha costado varias veces su presupuesto inicial.

Colombia requiere liderazgo, ha estado huérfano durante largas décadas y nuestros representantes en las diversas dignidades suelen estar más pendientes de la pequeñez, que de la grandeza. ¿Por qué no pensar de una vez en generar un instrumento que permita convocar a toda la nación alrededor de objetivos claros del desarrollo de largo plazo?. Sería en verdad muy alentador contemplar a nuestros líderes en la tarea de aunar voluntades y de impulsar decididamente los proyectos que verdaderamente nos pueden hacer grandes.

EDUARDO DURÁN GÓMEZ

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