Sueños y vidas que se acaban gota a gota

Ricardo Ferro

Cuando una persona tiene que recurrir a un crédito generalmente la primera pregunta que hace es cuánto le van a prestar y cuánto va a tener que devolver. Resuelta esa duda, hará sus cuentas para decidir si acepta o no las condiciones. Sin embargo, para muchos no existe la posibilidad de decir que no. La única opción es aceptar el interés que quiera imponer el acreedor. Tal es el caso de quienes deben acudir al famoso “gota a gota”.

Ya mucho se ha escrito sobre esta ilegal pero generalizada modalidad de crédito que día a día viene evolucionando hacia empresas criminales que involucran no solo a los dueños del dinero, sino también a los cobradores que a su vez se dividen en dos, los que cobran por las malas y los que cobran por las “más” malas.

Los deudores cada vez son más, desde la señora que se levanta a las tres de la mañana a vender tintos frente a su casa, pasando por el que trabaja en la plaza, el maestro de obra, la madre cabeza de hogar, pero también hay tenderos, taxistas, conductores de bus y hasta empleados de los sectores público y privado.

En principio se trata de una práctica que tiene arraigo en los niveles socioeconómicos bajos, pero eso no significa que se excluyan del todo los estratos altos, porque no es extraño ver a personas acudir al “gota a gota” para ‘montar’ un negocio, pagar impuestos, o para ponerse al día en el colegio de los hijos.

Pero por qué terminan las personas acudiendo a unos intereses mensuales del veinte por ciento, es decir alrededor de diez veces por encima de las tasas máximas legales permitidas. La razón es una sola: imposibilidad de acceder al sector financiero.

En el caso de aquellas personas que se dedican al rebusque, o aquellos pequeños y medianos empresarios que hasta ahora están arrancando, es indispensable que el sector oficial se apersone en serio de la situación. De lo contrario, los índices de violencia continuarán en ascenso. No es difícil imaginar un contubernio entre los traficantes de drogas y los prestamistas, y mientras eso sucede, del otro lado ya la pregunta no es si una persona es o no deudor, sino cuántos gota a gota tiene. Porque, infortunadamente, termina siendo una práctica en la que fácilmente un ciudadano puede llegar a deber hasta a cinco o seis diferentes acreedores.

Se debe dar la cara a este problema y poner recursos significativos que permitan acceder a créditos blandos. Que se haga un seguimiento al pago de los servicios públicos, o a otro tipo de obligación cuando no exista historia crediticia, pero que haya efectividad a la hora de combatir el gota a gota. No se puede seguir dando la espalda a un problema que, por exagerado que parezca, está condenando a muerte a muchos ciudadanos, o en el mejor de los casos, los está condenando a ser pobres por siempre.

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