Los conflictos pendientes

Cicerón Flórez Moya

Para los colombianos 2016 no ha sido un año negativo, a pesar de los viejos y nuevos problemas, los cuales requieren soluciones sin más aplazamientos dada su gravedad y las inocultables frustraciones que generan.

Los avances en las negociaciones de paz entre el Gobierno y las Farc para ponerle fin al conflicto armado de más de medio siglo son relevantes. No es posible subestimar el desmonte de una guerra de tantas atrocidades cometidas por actores de todos los bandos involucrados en las confrontaciones fratricidas. Además, se busca articular el desarrollo de la nación a nuevas dinámicas.

Esto debe representar el desmonte de los factores de desigualdad para garantizar una sociedad sin discriminaciones, con justicia para todos y revestida de una democracia surtida de derechos y libertades sostenibles. La reparación a las víctimas, como está acordado, implica algo más que una venia, a fin de hacer efectivo el resarcimiento de los daños ocasionados.

Cuando se consoliden los contenidos de los compromisos pactados tendrá que verse el cambio propuesto y comprobar que se ha dado un salto donde la vida deja de ser deleznable.

Es cierto que son muchos los problemas pendientes en el país. El crimen de la menor Yuliana Samboní cometido por un extravagante pederasta pone en evidencia la descomposición que anida en sectores con privilegios abusivos. La corrupción consentida en entidades oficiales y el sector privado viene de tiempo atrás y está amparada por la complicidad de políticos a la caza de la riqueza ilícita.

Los partidos se han destemplado en su función pública y parecen más agencias del clientelismo que colectividades comprometidas con el correcto manejo de la nación. Los grupos criminales se mueven con amplitud para la comisión de todos los delitos con los cuales amasan fortunas cuantiosas. Es toda una ramificación de conflictos de alto impacto perturbador. Ante lo cual se necesita poner en marcha la participación popular, expresada como rechazo a esas conductas que envilecen a la nación.

El apoyo al acuerdo de paz tiene que ser amplio en cuanto a la participación ciudadana. Hay que salirle al paso a las corrientes que buscan frenar los cambios en el país. Esa derecha de tanta arrogancia, que trabaja para que todo siga igual o empeore en beneficio de círculos que acaparan la riqueza nacional, es capaz también de promover la violencia. Ya lo ha hecho a sangre y fuego.

Por eso busca el fracaso de las negociaciones de paz. La reconciliación no le sirve porque promueve nuevas corrientes de pensamiento, nuevos militantes alineados contra el atraso y todas las formas de ultraje.

La tarea, desde luego, no es fácil. Tiene muchos riesgos. Sin embargo, hay que asumirla para hacer de Colombia no solamente una patria libre de violencia, sino que también sea patrimonio de todos, no en teoría sino en la vida cotidiana. Es la manera de salir de los conflictos que se acumularon y que tanto le restan a la democracia.

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