La rampante corrupción

Cicerón Flórez Moya

La corrupción no es una práctica de exclusividad colombiana. Y parece ser inherente al poder y al ejercicio de la política en el ancho mundo. En el manejo de lo público, tanto en el sector oficial como en el privado, se ha incurrido en irregularidades y abusos recurrentes.

La posibilidad del enriquecimiento ilícito es un juego de fascinación para quienes están tras el objetivo de hacer fortuna así se corran riesgos, aunque todo está previsto bajo el amparo de la complicidad y la impunidad.

Si bien es cierto que Colombia no es la única nación marcada por la corrupción, está la evidencia que ese flagelo alcanza en el país un nivel muy alto. Es cada vez más tupido el entramado de los negocios con enredos de ilegalidad y de cuantías millonarias, mediante contrataciones tramposas, tráficos de inocultable turbidez, resonantes sobornos y calculada violación de la ley.

Son actores en tales escenarios, funcionarios de diferentes entidades, magistrados de las altas cortes, congresistas, diputados, concejales y ediles, además de representantes de cuello blanco de empresas del sector privado.

Todos apuestan al robo de los recursos del presupuesto. Por eso no tienen límites en los gastos de campañas electorales. Saben que si se hacen a los cargos del poder pueden reponer con creces lo invertido, para lo cual cuentan con la aprobación de los ciudadanos que les vendieron el voto. Y además, con la permisividad de las entidades de control, donde también hay cómplices para todas esas marrullerías.

Los escándalos de corrupción en Colombia son pan de cada día. Sin embargo, hay muchos otros casos que pueden tener la calificación de graves y se quedan inéditos. No hay investigación y si la hay no se da el trámite de rigor para que todo siga igual y los beneficiarios pueden disfrutar de las fortunas de su asalto.

Los cálculos indican que la corrupción cuesta a los colombianos muchos billones de pesos. Tiene un efecto tan desastroso como el conflicto armado. Pone en déficit la educación, la salud, la seguridad, la infraestructura vial, la preservación de los recursos naturales y el cuidado del medio ambiente, el patrimonio cultural, la gobernabilidad y la democracia.

Y con todo ese saldo negativo no faltan quienes se atrevan a defender a quienes caen en las conductas dolosas. “No importa que roben con tal que hagan obras”, argumentan los patrocinadores de las malas conductas.

Con motivo de los últimos episodios de corrupción en Colombia, el Gobierno ha propiciado la formación de un grupo élite (Fiscalía, Procuraduría y Contraloría) para combatirla. ¿Será que en esta ocasión ese propósito va en serio? Los resultados confirmarán si se está en lo cierto, o si se queda todo en distracción.

Puntada

Con un alto índice de popularidad concluyó su mandato de ocho años, en la Presidencia de Estados Unidos, Barack Obama. Su sucesor, Donald Trump llega con baja acepción. El legado de Obama es un aporte a la democracia y entra en la historia con una imagen positiva. Su talante de estadista está marcado por la decencia y la sensatez. Trump es la expectativa azarosa, empañada de incertidumbres.

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