El ‘patriota’ Álvaro Uribe

Cicerón Flórez Moya

El Diccionario de la Real Academia Española describe que patriota es “persona que tiene amor a su patria y procura todo su bien”. No se trata entonces de un corredor de versiones amañadas montado en esa farsa de la distorsión.

El expresidente Álvaro Uribe Vélez volvió lugar común su recurrente invocación al patriotismo en su afán de ganar seguidores, en el papel de embaucador. Es parte de su discurso populista. Es la farsa para el engaño, porque no se defienden los intereses de la nación acudiendo a la mentira ni a las complicidades que buscan favorecer conductas ilegales y de efectos desastrosos.

En su reciente intervención en Grecia, en una reunión de nivel internacional, Uribe puso a Colombia en el paredón de los cuestionamientos. Pero no se apoyó en la verdad, sino en información sesgada. Acudió a su talante de revanchista movido por el resentimiento y su intención de descalificar al presidente Juan Manuel Santos. Respira por la herida de frustración en sus dos períodos de Gobierno entre 2002 y 2010.

El patriotismo de Uribe es un engaño. Lo demuestra con su resistencia a los cambios de que requiere el país para cerrar la brecha de la desigualdad e impulsar un desarrollo sostenido de la democracia.

En los ocho años de mandato de Uribe hubo menosprecio por los derechos sociales y políticos de los colombianos y, en cambio, se privilegió el protagonismo de los paramilitares. Fue así como estos pactaron alianzas con dirigentes patrocinadores de la violencia en la finalidad de aprovechamiento del poder.

Desde luego que no deja lugar a mucho asombro lo que hace y dice Uribe. Él tiene patentadas conductas que han dejado al país saldos negativos y dolorosos. El capítulo de la Yidispolítica fue explosivo. Como también las chuzadas o interceptación de la comunicación de personas ajenas al oficialismo gobiernista. Los falsos positivos es otra mancha de la cacareada ‘Seguridad Democrática’. Fue la bochornosa operación de ejecuciones extrajudiciales a cargo de la Fuerza Pública, con la consigna de identificar las víctimas como guerrilleros dados de baja en combate.

Cuando Uribe pone a Colombia en el exterior como “paraíso de la coca” y una economía basada en empresas ilegales, sin sustentación de un contexto, lo que hace es regar agua sucia para levantar barreras que aíslen a la nación y creen resistencia a las posibilidades de cooperación y de inversión.

Y no se trata de que se esconda la realidad de los cultivos de coca, o de la minería ilegal o de los remanentes de violencia. Sin embargo, se debe poner los hechos en contexto y analizarlos con el rigor que impone situaciones complejas.

Las negociones de paz que ha impulsado Santos han creado en Uribe un complejo de inferioridad. Él no pudo terminar a bala el conflicto armado de más de medio siglo. Santos asumió ese reto y ha desenredado esa compleja madeja de la guerra, lo que les genera a Uribe y a Pastrana envidia malsana. Ellos, con patriotismo de pacotilla, fueron inferiores a los dictados de la historia y ahora padecen el laberinto de sus equivocaciones. Y en vez de reflexionar con sensatez la emprenden contra Colombia, con odio, con saña. Con una amargura que los arrincona.

Es lamentable que personas con tan nutricio aprovechamiento de Colombia procedan con tanta mezquindad, con un patriotismo a la inversa, que es como traicionar.

Puntada

La decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de sacar a su nación del pacto de protección del medio ambiente es una expresión de arrogancia propia del capitalismo salvaje, en contra de los intereses de la humanidad. El magnate gobernante cree que el poder es para ejercer la dominación mediante la fuerza. Un camino explosivo, de alto riesgo.

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