Los agravios de Uribe

Cicerón Flórez Moya

Las diferencias entre los expresidentes Álvaro Uribe Vélez (Colombia) y José Mujica (Uruguay) son bien marcadas. Mientras Uribe se desborda en odios, mezquindades y desafueros, con un lenguaje de violencia intencional propio de su ordinariez, Mujica mantiene la decencia y la serenidad, como es su personalidad, descomplicada, austera, sin los arrebatos de bribones en celo. A Uribe le perturba la democracia y la convivencia. Se siente mejor con el autoritarismo ejercido desde el poder. Mujica prefiere la deliberación, el espíritu de libertad, la tolerancia, el respeto por las diferencias. Uribe está casado con el revanchismo y la represión. Mujica es un convencido de la paz, como expresión de respeto a la vida y a la igualdad.

En sus ocho años de Gobierno en Colombia Uribe no tuvo la voluntad de hacer la paz con los grupos armados. Su acuerdo con los paramilitares fue incompleto y dejó vacíos que hicieron posible el surgimiento de nuevas bandas criminales, que todavía siguen en su carrera de muerte, con dominio del narcotráfico. Su cacareada “Seguridad democrática” fue más propaganda que realidad. Pero, además, los más graves problemas de la nación se mantuvieron. Los pobres siguieron ahorcados y los privilegios favorecieron a unos cuantos, aumentando los desajustes sociales por la falta de equidad.

Es cierto que Uribe no aparece vinculado a ningún grupo alzado en armas, pero sobre él recaen omisiones de su parte cuando ejerció el poder respecto a acciones de organizaciones generadoras de violencia. Y eso es un punto negativo.

Mujica hizo parte de un movimiento armado en Uruguay. Pero propició un acuerdo de paz y salió de ese laberinto con nuevas convicciones. Fue elegido presidente de su nación. Gobernó con acierto, transparencia y honradez y hoy es titular de un crédito de estadista con renombre internacional. Redimió su etapa de beligerancia con actos de grandeza y todo lo que ha hecho lo enaltece. Igual que otros líderes o próceres de distintas naciones que abanderaron luchas contra la opresión, es sobresaliente su aporte a la democracia y a la solución de problemas colectivos. No hay duda de la importancia histórica de su legado.

En el escrutinio de esas dos vidas, la de Pepe Mujica se lleva las palmas con creces. No es camorrista, ni patrocinador de tergiversaciones. No tiene encrucijadas de amarguras, ni el hábito del agravio y siempre procede con sencillez, ética, sabiduría y decencia.

El insulto de Uribe contra Mujica, tildándolo de criminal, es un exabrupto mayúsculo. Así es el expresidente colombiano. Siempre está destilando esputos de amargura. Con un resentimiento que hace visible su malquerencia a cuanto no sea parte de su círculo de áulicos y obsecuentes seguidores.

Esa manifestación de Uribe contra Mujica lo retrata. Prefiere a que los colombianos se maten los unos a los otros, como si le sirviera más a su oficio de animador de desgracias.

Puntada:

Las mentiras intencionales de algunos dirigentes para desprestigiar al adversario en la campaña electoral es guerra sucia. Y eso es una forma de fraude. Algo que merece control y sanción.

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