El salto de la guerra a la paz

Cicerón Flórez Moya

La dogmática oposición al ya expresidente Juan Manuel Santos, por parte de la derecha colombiana, es una negación a reconocer beneficios que haya podido dejar su Gobierno. Con respecto al acuerdo de paz con las Farc se empeña en mostrarlo como una entrega del país al llamado “castrochavismo”.

Esa corriente partidista de derecha prefiere la prolongación del conflicto armado, con todos los estragos que provoca la violencia de los alzados en armas, a cualquier concesión a quienes llaman “enemigos de la patria”. Es un rechazo estimulado por el odio, cuya presión hace que se sesgue la interpretación de la realidad.

A los críticos de esa tendencia les falta sensibilidad frente a la tragedia padecida por tantas víctimas. No les importa la muerte de colombianos atrapados por una confrontación de la cual no eran actores. No les importa el sufrimiento de los desplazados, ni el suplicio de los secuestrados, ni la desolación de los condenados a la desgracia de perderlo todo.

Se animan con el pensamiento negativo de la venganza aunque el padecimiento colectivo no deje de crecer. Es un activo para sus intereses mezquinos a costa del sacrificio de una comunidad desgarrada de modo irremediable.

Pero esa posición sustentada con mentiras es una traición calculada a una comunidad desprevenida e indefensa. Está montada sobre la previsión de cerrar toda posibilidad de cambio. Se prefiere apostarle a la estrategia de garantizar los inamovibles o al statu quo.

Sin embargo, la verdad es que Colombia dio un salto largo con el acuerdo firmado entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc. No es un salto al vacío. Es un hecho histórico que pone fin a una guerra de 50 años, la cual deja un saldo de atraso y de dolor. Es una decisión de sanación. Es dejar atrás el tropel del exterminio y pasar de la tormenta al sosiego. Es salir del socavón en que ha estado atrapado el país a los espacios de la luz, donde se pueden medir las nuevas posibilidades de la nación, sin la zozobra de los asaltos letales.

La paz abre una nueva etapa para Colombia. No es solamente la dejación de armas y la consiguiente desmovilización de un ejército de insurrectos, sino la decisión de introducir correctivos que hagan posible el funcionamiento de un Estado de derecho y de la democracia como expresión de la igualdad de oportunidades.

Es el desmonte de los abusos de poder, de la corrupción en todas sus formas, de la discriminación clasista o étnica o de género. Es el reconocimiento de las diferencias y de la tolerancia a las ideas del contrario. Es entender que el debate es para competir con inteligencia y conocimiento y no para condenar a la exclusión. Es darle a la libertad su dimensión de integridad en la vida de las personas.

La paz es ese patrimonio común que es necesario consolidar sin regreso a las atrocidades del pasado o de lo que todavía queda de eso. Es un legado en el cual tiene muchas acciones el presidente Juan Manuel Santos. Algo que no hay como negarlo.

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