¡Basta ya de crímenes!

Cicerón Flórez Moya

Hay colombianos para quienes el conflicto armado les es indiferente. O que no les importa lo que representa como ultraje a la vida y degradación de la existencia colectiva.
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Hay también cómplices o aliados de las violencias promovidas y no solamente entre los actores armados ilegales sino también del lado oficialista representativo de la institucionalidad.

Estos se consideran únicas víctimas sin tomar en cuenta que los verdaderamente afectados por la beligerancia ofensiva de todos los bandos enfrentados son hombres y mujeres del común, desprotegidos y por consiguiente expuestos a los inevitables riesgos que resultan de la recurrente confrontación en caliente.

Si bien no fue posible ‘hacer trizas’ el Acuerdo de paz a que llegó el Gobierno de Santos con las Farc -el hecho histórico más importante de los últimos tiempos en Colombia- es evidente que no pocos funcionarios del actual cuatrienio no ahorran oportunidad para desajustar el proceso con fines negativos.

Por eso la implementación está a cuentagotas y se busca bloquear la Jurisdicción Especial de Paz. También se ha perdido de vista el compromiso de reformas tendientes a fortalecer el ejercicio democrático de la política a fin de avanzar en la lucha contra la corrupción.

Un capítulo sombrío de la violencia política en Colombia es la muerte sistemática de los líderes sociales. Estos sí víctimas de un plan de exterminio calculado contra quienes defienden derechos y principios contrarios a los intereses de explotadores del poder en beneficio particular. La sucesión de crímenes de ese tenor en el país es una de las piezas macabras del conflicto armado.

Asesinan a los dirigentes para restarle fuerza a la inconformidad, o generar intimidación. Es como una advertencia a los que insisten en la lucha por la restitución de tierras o levantan la voz para denunciar o trazar orientaciones contra el abuso desde el poder.

La explosión de tantas violencias en el tiempo que copa el conflicto armado le ha dejado a Colombia cerca de nueve millones de víctimas. Es la suma de homicidios, desaparición forzada, desplazamiento, reclutamiento infantil, ejecuciones extrajudiciales o falsos positivos, extorsión, despojo de tierras, abuso sexual, minas antipersonal, tortura y otras formas de exterminio. Es un entramado de agresiones que desquicia todo orden y deja secuelas de profundo desgarramiento. Una postración que genera perturbación general.

La situación se agrava si no hay una acción continuada que lleve a salidas de paz y que logre la no repetición de las atrocidades cometidas.

Ante tanto resquebrajamiento se impone romper el cerco de quienes prefieren la violencia a la paz con la quimérica pretensión de que sus adversarios deben ser vencidos a sangre y fuego, con total renuncia a negociación que busque una salida de paz.

Hay que retomar la posición del Centro de Memoria Histórica cuando proclamó con irrefutable argumentación su ¡Basta ya!

La prioridad de los colombianos debe ser consolidar el Acuerdo de paz con las Farc y al mismo tiempo promover la búsqueda de desmovilización de los grupos armados que prolongan el conflicto armado, sin perder de vista el monstruo devorador de la corrupción.

Puntada: El reconocimiento de los derechos de la mujer no puede ser un maquillaje de fragilidades. Debe corresponder a la expresión de garantías para su participación igualitaria en todos los escenarios de la vida nacional.

CICERÓN FLÓREZ MOYA

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