Una hora con Isabel

Fuad Gonzalo Chacón


“Acabo de terminar otro libro, se llama ‘The Wind Knows My Name’ y se publicará en junio del otro año. Es una historia sobre refugiados” reveló Isabel Allende ante la cámara en un inglés refinado y fluido que remató con la media sonrisa exhausta del deber cumplido. Un spoiler de alta cilindrada envuelto a modo de regalo que, cual souvenir para el camino de vuelta a casa, obsequió a todos los lectores que la semana pasada nos reunimos en torno al Club de Lectura de la Universidad de Columbia para discutir su texto “Largo Pétalo de Mar”. Un relato sobre guerras, dictaduras y desplazamiento que, por culpa de la que está cayendo allá fuera, tristemente resulta más oportuno de nunca.
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La sencillez que emana de Isabel Allende es simplemente pasmosa. Lejos de los aires grandilocuentes de muchos escritores que levitan envueltos en las tonalidades de su propia voz, Isabel Allende bien podría ser la tía famosa de cualquiera de nosotros. Responde “no lo sé” entre risas cuando algún lector quisquilloso le hace preguntas canónicas que buscan desentrañar misterios de cualquier pasaje de su obra que ni ella misma se había planteado, nos devela sin reversas la intimidad de aquel ático silencioso de su casa en el que, con una pequeña impresora como fiel confidente, escribe las líneas que se convertirán en éxitos editoriales a ambos lados del Océano Atlántico y no se guarda emociones para sí a la hora de confesar quiénes han sido los nombres de su vida que han ayudado a inspirar a varios de sus más memorables personajes.

Frente a la pantalla, Isabel Allende nos confiesa que el gran ingrediente secreto de su oficio es escribir por el placer de la escritura misma, ya que la ansiedad por alcanzar el éxito no es más que el ruido espeso en el que se pierden los relatos que el corazón susurra en un hilo de voz. Por ello, se declara una creyente ferviente de la universalidad narrativa que las historias cotidianas pueden llegar a alcanzar, pues con ellas se viene identificando la humanidad desde hace incontables generaciones. 

Y, por supuesto, “Largo Pétalo de Mar” no es la excepción a esta regla. Una aventura trasatlántica de dos corazones, los de Víctor Dalmau y su mujer Roser, a los que dos dictaduras distintas, la española de Franco y la chilena de Pinochet, les obligaron a reinventarse a sí mismos en múltiples ocasiones para hacerle el quite a los embates de la guerra y el destierro. Una oda al invaluable aporte de la migración a la tradición cultural de un país, con versos y cameos de Pablo Neruda que, con el trasfondo de los años convulsos de la Chile de Salvador Allende, furtivamente se filtra como polizón entre las páginas, sorprendiendo así al lector desprevenido.

La hora se acaba e Isabel Allende se despide de su audiencia virtual, dejando en el aire la convicción generalizada de que aquella mujer no solo es el rostro visible de la literatura sudamericana en el mundo, sino también, por suerte, una buena persona.

FUAD GONZALO CHACÓN

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