Nuestras víctimas exiliadas

Juan Manuel Galán

La diáspora de las víctimas colombianas necesita ser escuchada. Según datos de la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), aproximadamente 500 mil víctimas colombianas están en el exterior, razón por la cual el Congreso de la República decidió llevar a cabo una sesión a la que fueron citados los más altos representantes del Gobierno Nacional, con el fin de escuchar a las víctimas en Europa, y Norte y Suramérica.

Nos encontramos con el dolor profundo que cargan los exiliados, por haber abandonado su lugar de procedencia, sus familias, sus tradiciones y por vivir entre personas que no son de su mismo origen e incluso no hablan su propia lengua.

Hasta la fecha, el debate sobre los colombianos en el exterior había girado en torno a la sub-representación política en que estaban en el Congreso y al monto de las remesas con las que contribuyen al país. Así, se hablaba de una población de más de 4,5 millones de habitantes, que se encontraba principalmente en Estados Unidos y en España, y que entregaba aportes a la economía, a través de remesas que oscilaban entre los cuatro mil y cinco mil millones de dólares anuales.

La pasada sesión en el Senado de la República reveló que ellos no están buscando únicamente una curul. Los exiliados colombianos han decidido organizarse, para mostrar una necesidad urgente, la de hablar y ser escuchados. Todos ellos cargan con el peso de sufrir en silencio los horrores, desprecios y abusos que provocaron su salida del país y de no tener espacios serios de diálogo en donde puedan contar sus historias. Se trata de un duelo social, dijeron durante la sesión del pasado miércoles, que se debe asumir a través de la recuperación de la palabra y la construcción de una memoria colectiva.

Por eso, una de las banderas de este proceso de paz debe ser romper con el silencio que queda después de la guerra y en ese marco, las víctimas de Suecia, Madrid, Barcelona, Nueva York, Miami, Montreal, Ciudad de Panamá, Quito, Costa Rica y Santiago de Chile, nos dejaron claro que dejarlos en el olvido es también una forma de violencia y que el Congreso de la República debe iniciar un camino en donde a través de la ley, se les ofrezca también una voz.

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