La chicha tiene su encanto

La chicha tiene su encanto. Es la bebida más pura que se consume en el país, después de haber pasado por un proceso de una semana que incluye 24 horas al fuego. Trae a la memoria el maíz, fundamental en su preparación, y era la base de la alimentación de nuestros antepasados, cuando llegaron los conquistadores financiados por banqueros europeos en busca de nuevas fuentes de enriquecimiento.

Tiene la ventaja que no prende cuando se toma charlando, caminando o escuchando música. Da rienda suelta al mamagallismo y afloja la lengua fácil, tal como lo disfruté en una vereda de Purificación, escuchando a un grupo de personas que después de hablar de El Fraile, El Muán, La Llorona, el padre Vega, el médico Villegas, Fulgencio García, la negra Pacheco y Eduardo Aldana, resultaron garlando sobre otras cosas. Seguimos en lo mismo, decía uno. El profesor Tamayo nos decía en la escuela que los dioses fueron creados por el hombre y que las religiones iniciaron luchas por el poder en las cuales tomaron parte los mercaderes. Aparecieron los imperios, mono y politeístas, dedicados a dominar a los menos poderosos, a saquear sus recursos naturales y a destruir sus culturas. Pero el cuento no ha cambiado, respondió el morocho. Los españoles conquistaron el Nuevo Mundo financiados por banqueros y pontífices, para quienes la vida de los aborígenes no valía ni un carajo. Tanta bellaquería hizo posible que al autor del primer secuestro en la América de hoy y de la masacre de los líderes indígenas en Cajamarca (Perú), Sebastián de Belarcázar, se le tenga como símbolo de Cali, una ciudad que a pesar de haber sufrido el secuestro y el crimen organizado tiene como símbolo a un vulgar asesino.

Pare el carreto y vengan otras totumadas de chicha que estoy que bailo.¡Baile! En el que están metidos los nuevos conquistadores, a quienes les dio por destruir países, para luego hacerles préstamos para su reconstrucción con gobiernos títeres y negociantes de la guerra. Es que este es el negocio de moda. Mire pa' los lados. Todos los días se descubren nuevos robos de tierras y chanchullos por montón, mientras los que manejan la plata se frotan la mano con sus ganancias y la sangre de sus víctimas. Pero todo está bien. Aquí no pasa nada. Sólo politiquería y corrupción.

Ninguna preocupación por la verdad, la vida y la dignidad humana desvalorizadas, desprecio por el futuro y adorando al nuevo dios: el oro. 

Credito
HÉCTOR GALEANO ARBELÁEZ

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