Recordando el pueblo

Héctor Manuel Galeano Arbeláez

La vida es para vivirla con alegría y para servir, dijo un jisofolo de Santa Chava antes de que el pueblo contara con aeropuerto internacional y metro y de que murreco se hubiera vuelto conservador, para evitar que el cura Castro cumpliera su amenaza, con su 38 largo entre la sotana y camándula al cuello, bramando por ayuda divina para acabar la maldita plaga de los mal llamados liberales.

La ayuda le llegó con los chulavitas Jorge Camacho y Abundio Sánchez que desocuparon el páramo y les dieron espacio a los “pájaros”, iniciando así la violencia política en el municipio que premió con la Personería a Humberto Ardila por haber acompañado a unos chulavitas a una comisión desde río Recio y traer de regreso un collar de orejas de liberales, trofeo admirado por su jefe político que llevaba detallada la lista de los que quería mandar al cementerio, entre ellos mi tío José Jesús.

Se acabó la armonía y la tranquilidad con esta violencia importada. Desaparecieron las fiestas familiares, las tomadas de pelo con los inocentes, los aguinaldos, las novenas para los niños, los paseos a caballo a los termales, el desfile con el muñeco de Año Viejo y su quema con rumba en la plaza. Nos quedan los recuerdos, que disfrutamos los pocos compañeros de la escuela pública que sobrevivimos, para retornar al pueblo.

Un tema que disfrutamos es el de los apodos y las tomaduras de pelo. ‘Pulga arrecha’ era el de un capitán de la Policía, que era alcalde cuando hicimos la inocentada del asalto al pueblo. A media noche, apareció el alcalde con metralleta en mano y nos preguntó a los que estábamos frente al estanco: ¿Qué pasa? Eso estamos averiguando, le contestamos. De pronto nos metió al patio de la casa de Abundio, cerró la puerta y comenzó a llamar a la Policía. Del patio pasamos al solar y nos volamos. Al amanecer estábamos detenidos y reprendidos, los organizadores, por ‘pulga arrecha’.

En un receso nos pusimos de acuerdo en dar los nombres de los concejales, que supuestamente nos habían pagado para hacer el asalto. A los pocos minutos fueron llegando detenidos los señalados y pronto salieron enrebequecidos con el alcalde por dejarse tomar del pelo de unos muchachos. Se formó una manifestación de paisanos dándonos respaldo y cuando el alcalde nos impuso una multa por persona, fueron muchos los que saltaron a pagarla.

Esa tarde nos reunimos en el café de Pedro Toro a tomar costeñita y se nos pegó el mudo Mayayo, que herraba bestias y que bebió hasta quedarse dormido. Lo tendimos sobre una mesa de billar, cubierto con una sábana blanca, rodeado por seis botellas con espermas encendidas. Se le informó al alcalde del muerto en el café y llegó con un escribiente que inició a mecanografiar la diligencia. Levantaron la sábana. “Ninguna señal especial. Anote y dele la vuelta al cuerpo”, dijo el señor alcalde. Trataban de voltearlo y Mayayo grito: ¡paputa, paputa!.

Seguimos recordando con los paisanos y pasamos a Murreco, que arreglaba el jardín de las Llanitos, enseguida del cementerio. Si se gritaba ¡Murreco!!!, así fuera en una procesión, soltaba un rosario de madrazos a los conservadores. De vez en cuando se ponía camisa roja con rabo e gallo y comenzaba su recorrido hacia el centro. En la tienda de los Forero lo llamaban. ¿Arturito se toma un aguardiente? Es lo único que les recibo a los hiputas conservadores. De tienda en tienda y casas donde lo querían, como el principal personaje del pueblo, hasta que llegaba frente a la consistorial, donde era recibido por una cabalgata con banderas azules. A los gritos de ¡¡viva el partido conservador!!, respondía: ¡abajo godos hiputas!!

Este personaje pasaba sus temporadas en Venadillo, parqueado en el paradero de los buses y cuando se bajaban los pasajeros de Santa Chava a tomar avena donde Nepo, se les arrimaba a gritarles por el nombre y añadía; este es un hiputa de Santa Isabel. Y murreco murió en Venadillo, pidiendo que lo llevaran a su pueblo.

*.- Ñapa 1. Los tan preocupados por lograr el fracaso del proceso de paz, guardan silencio sobre sus implicaciones en la violencia por ellos iniciada, financiada y utilizada, para enriquecerse económica y políticamente.

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