¿Y la casa panda?

Héctor Manuel Galeano Arbeláez

Desesperado de escuchar la palabrería de nuestros politiqueros tratando de justificar sus imbecilidades producto de la falta de principios, valores y ética, cogí la mochila pensando arrancar para Ambalema a darme una pasada por la Casa Panda. Afortunadamente el alemán se me retiró por un momento y me acordé que mi tocayo había muerto hacía varios años, siendo administrador del negocio que creía se había convertido en el sitio de encuentro de nuestra clase política.

El tocayo era tan gordo que para su entierro fue necesario ir a Ibagué a conseguir un ataúd muy espacioso y su viaje al cementerio fue con una buena cantidad de cargueros. Ni han se sabe porqué me acordé de don José Carrero contando, en Rincón Rico, lo del entierro del violinista Jeremías un personaje de la vida nocturna ibaguereña -antes de convertirse en lavandería- que se ganaba la vida de cantina en cantina interpretando su violín hasta que quedó de músico y compañero de una dueña de negocio.

Pero sigo con mi Casa Panda a donde llegué una tarde aburrido porque en el puerto ningún conductor de lancha o canoa mostró la menor intención de colaborar en la primera balsada de Santa Lucía en Ambalema. El Gordo estaba acomodando sillas y mesas frente a la Casa Panda. Tocayito, me regala una cerveza? ¡Ni mas faltaba vecino!. Al pasar un rato le pido otra cerveza y me dice le llamó una chica? o mejor dos. !El vecino viene como pistola de bandolero! Tenía la vista fija en Beltrán cuando una de las compañeras de mesa me preguntó si estaba preocupado por algo, que ni siquiera les hablaba. Les conté lo del proyecto de realizar la balsada y una de ellas se puso de píe. Espere un momento. Llamó a una de sus compañeras y se fueron para el puerto y en pocos minutos llegaron con once señores.

Ellos quieren colaborar con la balsada a Santa Lucía y tomó forma la balsada con el refuerzo de los querrillos acantonados en Beltrán. Sencillo, la primera balsada a Santa Lucía se les debe a las muchachas que trabajaban en la Casa Panda. Hace poco me encontré con una de ellas tomando avena donde Nepo, en Venadillo. Oiga vecino, me dijo, no hable tan mal de la Casa Panda, poniéndola de sitio de reunión de politiqueros. Allí iba gente mala, pero no tanto.

La vaina fue que no viaje y me puse a leer “La persistencia de la memoria”, de Italo Pinzón Heredia, un periodista y empresario alpujarreño que con motivo de los 50 años del Colegio Felisa Suárez de Ortiz rinde homenaje a su colegio y la fundadora. Recuerdos agradables de infancia y de juventud con historia local narrada por las fuentes con el humor clásico de su época.

Agradable su lectura y mejor si es con los primos, porque todos los alpujarreños son primos y se conocen sus cuentos. Cuenta el libro que pasa un grupo de mujeres frente a la farmacia y don Germán le pregunta a una de ellas, por qué hay tantas mujeres en el municipio. “Germancito, la carne está en el garabato, pero no es por falta de gato”, fue la respuesta.

La lucha de Doña Felisa Suárez de Ortiz para fundar y poner a andar el colegio y mandar bachilleres a estudiar a Bogotá se ve con la ternura del cariño a una mujer que se admira. Hechos históricos, eventos sociales, politiquería local y la violencia pasan por las páginas sacando sonrisas. Un buen recuerdo del padre José Agustín Peñuela, quien llegó como párroco de Alpujarra acompañado de su hermana Pantaleona y permaneció varias décadas en el cargo.

Fue famoso por la cantidad de mujeres que enamoró y los hijos que dejó. Estando de visita el obispo entró un grupo de niños haciendo ruido y al preguntarle al padre quiénes eran, este se limitó a decir que eran los sobrinos se su hermana. Por ahí sale lo de los primos. Alguien me decía que el padre Peñuela preñaba hasta las imágenes de la iglesia y que en su hacienda Alpujarrita construyó una capilla para bautizar sus hijos. Si usted es de Alpujarra o ha visitado esa tierra tiene que leerse el libro de Italo Pinzón.

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