Naranjazos

Héctor Manuel Galeano Arbeláez

Lo único que se entiende de la economía naranja es que su principal objetivo es quitarle la espiritualidad a la cultura para convertirla en mercancía, en un simple objeto de mercado. El presidente no se ha hecho entender y los encargados de promocionar la mercancía han demostrado no entender el significado de lo que piensan mercantilizar; la cultura, pero si han demostrado que carecen de sentido de pertenencia.

Los que tienen por dios al dinero convirtieron al capitalismo en una religión con seguidores que son fanáticos cuyo interés no es servir a la humanidad, sino a su dios. A ellos, lógicamente, no los toca la revolución moral que requiere la humanidad y son los que pregonan la economía anaranjada.

Los pregoneros de la economía o cultura naranja, sin explicar lo que entienden por cultura, ignoran que esta no es gratuita (legado de nuestros antepasados, creencias, mitos, solidaridad, música, fiestas tradicionales…) y que las actividades dedicadas al entretenimiento son parte de la industria cultural, una forma de trivializarla. Dan muchas vueltas para no dejar en claro que lo que desean es estimular al sector privado poniendo a su servicio a los portadores de cultura y a los gestores culturales.

La economía naranja, tal como está planteada, no pasa de ser un eslogan de campaña del presidente, desconectado de la realidad, que apunta, entre otras cosas, a incentivar el consumo de espectáculos y lógicamente en este mundo globalizado, de enlatados foráneos.

Pero la tapa del congolo en historia, que esa sí es cultura, la pusieron al anunciar como director del Centro Nacional de Memoria Histórica a Vicente Torrijos, alguien que desprecia la verdad histórica, que ha sido asesor permanente de las fuerzas armadas, que niega la existencia del conflicto interno para explicar la guerra que hemos padecido en los últimos sesenta años y que carece del rigor intelectual, del equilibrio y la independencia necesarios para continuar la excelente labor del, ese sí, gran historiador tolimense Gonzalo Sánchez.

Y como la economía naranja cacarea la innovación, ya hay unos tolimenses sacando pecho con sus logros: tamal al que le cambian la masa de maíz por un montón de arroz y no lo sirven en hoja de cachaco, sino en plástico de color rojo. Un cocinero descrestó a una ministra de educación con un plato de lechona de arroz y carne de res, servido en plato de madera.

La innovación también se observa en algunos grupos de danzas folclóricas en los cuales la falda hasta el tobillo, que caracteriza el pudor de la campesina, se acortó para convertir la danzante en una mostrona. Y la camisa blanca de trabajo del campesino fue sustituida por una blusa de colores chillones con lentejuelas y adornitos femeninos.

Y para descrestar avivatos, algo que se puede observar en estos meses, con la contratación de músicos importados con costos multimillonarios, para sacar las mordidas y mermeladas para quienes consideran que los cargos públicos son para robar o carrasquillar.

Siguiendo por el mismo trecho y para estimular la cultura nacional, el Gobierno nacional sorprende con el proyecto de ayuda tributaria a los espectáculos, que de tributar el 10% pasarían a tributar el 27%.

Y con el impulso que le dan a la lectura y la educación, gravando con impuestos hasta los libros infantiles, están dadas las condiciones como para que Blanca Nieves contara con una disculpa por no enseñarles a leer a sus enanitos mineros, que dizque tenían los jotos listos para venir a joder al Tolima de la mano de Anglo Gold.

Va tocar ir al del hoyo con bultos de lengua de vaca mientras el gobierno toma rumbo.

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