¿Y esta es la famosa paz de Santos?

David Héctor Galeano

Durante el tiempo que mi hermano desarrolló su residencia en el Hospital Militar en 2008, me llevó a conocer el pabellón en él cual atendían a los soldados amputados. ¡Qué horror! No era Sierra Leona, país recordado por las aberraciones que se dieron en la guerra civil. Era una escena dantesca que se daba consuetudinariamente en Bogotá, Colombia, el país en que su presidente negaba el conflicto, pero destinaba casi un 18% de su presupuesto a la guerra y no a educación y salud. (Semana 2014/09/07)

Los números hablan por sí solos. En 2008, faltando solo dos años para acabar el gobierno de Uribe, podían llegar al hospital hasta mil heridos en un año, producto del conflicto interno. Hombres de las fuerzas armadas de Colombia, que pertenecían a los estratos más humildes y con pocas o nulas posibilidades de acceder a una educación superior. Con la firma de los Acuerdos de La Habana, la cifra disminuyó a 36, en 2016, (informe “En el corazón del cese al fuego” Semana) es decir, 964 héroes menos, que luego de reincorporarse a la vida civil, no tendrían las huellas físicas que la negada guerra de su comandante en jefe, le arrebató a sus compañeros.

Revisando la prensa, tampoco se registran emboscadas, toma violenta de poblaciones, ni secuestros extorsivos de la guerrilla de las Farc. Así mismo, la principal noticia que se registró, el pasado 13 de junio, fue la entrega de armas del grupo subversivo, ante la ONU, con lo cual, resta el 40% de su poder militar por devolver. No obstante, pareciera que los detractores del proceso de paz, sufriesen una amnesia selectiva o un inmenso desconocimiento sobre lo pactado en La Habana.

Aclaremos; en Cuba, las negociaciones, partieron de la base que en Colombia había un conflicto armado, algo que realmente no era nuevo. Cabe recordar que en la presidencia de Ernesto Samper, se ratificó el Segundo Protocolo Adicional a los Convenios de Ginebra de 1949, sobre conflictos armados no internacionales, se estableció la Oficina Permanente del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y se firmaron los acuerdos con el Comité Internacional de la Cruz Roja con el fin de facilitar su labor en el conflicto.

Ni los negociadores del gobierno y menos el presidente, han desconocido la existencia de otros grupos de extrema izquierda al margen de la ley. De ser así, no se estaría trabajando por tejer puntos de convergencia con el ELN, de manera que los lleve a su desmovilización, entrega de armas y reincorporación a la vida civil, como está ocurriendo con las Farc. Tampoco, en los acuerdos firmados en noviembre del año anterior, prometieron acabar de un “plumazo” con la histórica problemática social que ha embargado a esta nación desde su nacimiento. Dimensionar los Acuerdos, como una “varita” mágica que Santos agitaría y con la cual solucionaría todo, es absurdo e irreal.

El racismo, la xenofobia, la exclusión social, los infanticidios y el  enfermizo machismo que tanto acaba vidas de mujeres, son algunas de las fuentes de violencia que han estado enquistadas en nuestra sociedad. Es obvio que ninguna norma, podrá eliminarlas, dependerá, de la capacidad que la nación tenga para generar una cultura de negociación y reconciliación, en esencia;  una cultura de paz. 

Sin duda el presidente Santos y sus dos antecesores,  representan la élite corrupta que ha gobernado a Colombia. Sin embargo, lo diferencia la voluntad para reconstruir al país de las cenizas de la guerra, por ello, ¡adelante, Presidente, con su “famosa” paz! 

Analista Internacional - @hgaleanodavid

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