La soledad del presidente Trump

David Héctor Galeano

El mundo, escucha permanentemente las reuniones conocidas como “grupo” o más popularmente referenciadas con la letra G, seguida por un número. Son una diversa amalgama de conjuntos, creados con objetivos distintos, pero todos enfocados a satisfacer los intereses individuales de los Estados, mediante cumbres en las cuales se analizan temas de interés común.

En ese caleidoscopio, el grupo de los países menos desarrollados, tienen su propio club, conocido como G77, que aunque está compuesto por la mayoría de países del planeta (134), en la práctica, poca injerencia tiene en las decisiones más trascendentales para el sistema internacional. Por otra parte, los países del “sur”, también crearon su propio escenario de concertación y diálogo, enfocado en impulsar el desarrollo y el crecimiento económico, de 15 países, que ven en la cooperación conjunta, una alternativa para mejorar la calidad de vida de sus habitantes.

En el otro espectro de este variado conjunto de países, encontramos a los más desarrollados. Por una parte, está el G10, también conocido por haberse convertido en prestamistas por excelencia, que disponen de dineros adicionales para el Fondo Monetario Internacional, lo que le otorga un amplio margen de acción y decisión en el complejo entramado financiero global.

Dos grupos más, componen este exclusivo “club de influyentes”. El G7, conocido como G8, hasta el 2014, año en que Rusia, fue sancionado por anexar la península ucraniana de Crimea y por otra, el G20, responsable de más del 80% de la producción económica global y por convertirse en el grupo que más degrada el medio ambiente, generando con sus emisiones tóxicas el efecto invernadero.

No obstante, que en los G10, G7 y G20, comparten tribuna, Alemania, Italia, Japón, Canadá, Francia, Reino Unido y EE.UU., este último, ha sido desde la segunda posguerra, el actor más poderoso en la arena financiera, económica, comercial y por supuesto política global. Su voz ha retumbado en cada rincón del planeta y su liderazgo, ha sido inobjetable.

No obstante, desde la llegada de Trump a la Casa Blanca, se evidencia una drástica pérdida de posicionamiento de la potencia norteamericana. Basta solo con ver las imágenes y escuchar las declaraciones en la reciente reunión de la Otan, en las cuales Trump, parecía más un “jefe” que un socio, necesitado de esa valiosa alianza para la geopolítica estadounidense, dejando un ambiente de tensión y preocupación en la otrora sociedad militar por excelencia de los EE.UU.

Así mismo, la reunión del G20, dejó un notorio sin sabor en los asistentes. Por una parte, las disonantes declaraciones de Trump, frente a su vecino México, reiterándoles que financiaran, el absurdo muro que afirma construirá. Por otra, dos aspectos de orden global, que causaron una evidente molestia en sus colegas de Reino Unido, Francia y Alemania, entorno a las posturas, sobre temas sensibles como son el calentamiento global y el libre mercado.

Lo primero, va en contravía de la lógica del mundo desarrollado y de todos los científicos, al negar de tajo el evidente recalentamiento global. La segunda, al contradecir el paradigma sobre el cual los países desarrollados, han construido su discurso sobre el crecimiento, luego de la segunda guerra mundial; la apertura de sus mercados, basada en el desmonte de las barreras al comercio.

En este orden de ideas, hoy somos espectadores de una escena, que en otras épocas era impensable: el presidente de los EEUU, de espaldas al mundo, sus socios y las verdades irrefutables. Hoy somos testigos de una abrumadora soledad del presidente Trump. 

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