Yo voto por quien diga…

David Héctor Galeano

La democracia como modelo de gobierno “ideal”, solo puede ser consolidada, mediante la participación de todos los sectores de la sociedad. Por ello, las constituciones políticas, consolidaron ese infranqueable derecho, garantizando la libertad para constituir partidos y movimientos políticos.

Sin embargo, esa libertad avalada por la Carta Magna, también implica una serie de responsabilidades, dentro de las cuales se destacan, su carácter democrático, participativo, incluyente y la transparencia que debe regir el desarrollo de sus actividades.

Solo de esa manera, una persona podrá identificarse con los postulados de un partido, ya que, por norma, sus preceptos, filosofía y decisiones deberán ser de carácter público.

En ese orden de ideas, una de las premisas fundamentales sobre las cuales se erigen los partidos, son la postulación pública, abierta y transparente de los aspirantes que buscan representar a ese grupo en las distintas contiendas electorales.

Fue por ello, que la Constitución de 1991, en el capítulo 2º, referente a los partidos y movimientos políticos, textualmente reza: “Los directivos de los partidos y movimientos políticos deberán propiciar procesos de democratización interna y el fortalecimiento del régimen de bancadas”. Es obvio y razonable.

Una constituyente elegida ad portas de un nuevo siglo, no podía anclar la norma de normas, al Medioevo y propiciar los caudillismos autoritarios, que tanto daño le hicieron a América Latina, durante los siglos XIX y XX.

La experiencia brasileña con Getulio Vargas y la argentina con Juan Domingo Perón demostraron que los partidos debían diseñarse, construirse, operar y mutar de acuerdo con las expectativas y visiones de un colectivo de personas.

De lo contrario, la política retornaría al siglo XVII, época en la cual se escuchaban expresiones como L’État, c’est moi (el Estado soy yo), pronunciada por el joven rey francés Luis XIV.

No obstante, llama la atención que, en Colombia, país que se ufana de tener una democracia fuerte y sólida, solo atravesada por la estocada de la dictadura militar en un corto periodo de cuatro años (1953-1957), acepte como razonable una propaganda política que afirme “yo voto por quien diga …”.

La idea de que un hombre, con “carnitas y huesitos”, represente toda la esencia de un partido, es preocupante y desvirtúa el más sano espíritu de cualquier modelo democrático.

Al leer la expresión, “yo voto por quien diga...” , de inmediato viene a la mente, el principio teológico proferido por la iglesia católica, conocido como la infalibilidad papal, mediante el cual, el máximo jerarca de la iglesia, está revestido de un poder que no le permite a ningún ser humano contradecirlo, ya que la posibilidad de equivocarse en temas de fe y moral son nulas.

Aunque algunos políticos en el país del “Sagrado Corazón” quieran retornar a la Edad Media, es muy claro que el poder político y eclesial, están completamente separados. Por ello, aunque una persona sea “católica, apostólica y romana”, no puede pretender volverlos a fusionar, revistiendo con una facultad dogmática, a un personaje que pueda señalar con su dedo, el candidato que representará a una colectividad.

En pleno siglo XXI, espero no leer más vallas que digan, “voto por quien diga...”, por el contrario, sueño con un país moderno, educado, pensante, que afirme, “voto por quien elija democráticamente mi partido”. 

Analista internacional

@hgaleanodavid

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