R.I.P a la moral y la ética en la política

David Héctor Galeano

Si Joseph Goebbels, ministro para la Ilustración Pública y Propaganda de Hitler estuviese vivo, estaría muy orgulloso de ver como su funesto legado, se convirtió en la piedra angular, sobre la cual se erigen las simplistas, pero muy rentables campañas políticas del siglo XXI.

Goebbels, definió un conjunto de estrategias, encaminadas a generar un entramado de mentiras y confusión en la nación alemana, de manera que lograra volcar todo su apoyo hacia Hitler, desencadenando con ello, las más abruptas manifestaciones de xenofobia, racismo y discriminación.

Ese “manual”, conocido como los once principios de Goebbels, han sido acogidos seis décadas después, por mandatarios y políticos de todo el planeta, con una nueva denominación: la posverdad.

En esencia, tiene el mismo objetivo: engañar, crear enemigos, irradiar miedo. Su diferencia, radica en el entorno en el cual surgen. La posverdad, se propaga en un contexto en el que los medios de comunicación dejaron de ser la “voz de la verdad”, debido al surgimiento de las redes sociales que desenmascaran fácilmente las mentiras y sus voceros.

En ese variopinto escenario internacional y nacional, se destaca el hombre más poderoso del planeta. Sin duda, Trump, logró llegar a la Casa Blanca, al mejor estilo de Goebbels, construyendo a esa parte de la nación norteamericana, resentida, desplazada laboralmente y con poca o nula formación académica e intelecto, un enemigo común, que debía ser derrotado, ya fuese construyendo un muro que limitará el acceso de los “bad hombres” o frenando el ingreso de algunos musulmanes. Tanto los unos como los otros, son “violadores” “narcotraficantes”, en fin “terroristas”, según Trump.

Así mismo, basado en el más básico y elemental estilo goebbeliano, configuró su discurso de forma primitiva y vulgar. Claramente lo decía el ministro de propaganda de Hitler; “Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar”. Sobra decir que le dio resultado, está en Washington, (o Mar-a-Lago) dirigiendo al país más poderoso del planeta.

Suramérica, no podía permanecer ajena a esta oscura práctica de la posverdad. De hecho, tiene varios especímenes que se destacan por su capacidad de mentir y especialmente por la carencia absoluta de pudor y vergüenza, ante las claras evidencias que derrumban sus invenciones.

Maduro, desde Venezuela, no asume que, por negligencia y rampante corrupción de su gobierno, sumergió al país en la peor de las crisis de su historia reciente. El único mecanismo para atornillarse en el Palacio de Miraflores, es la propaganda que, desde su pobre mirada, posiciona a Colombia y los EE.UU., como los enemigos de su revolución.

En el otro margen de la política, la extrema derecha colombiana dirigida por su principal exponente, Álvaro Uribe, creó en el imaginario colectivo, el “castro-chavismo” y la ideología de género, como motores impulsores de una prosaica propaganda que entregó los réditos en el plebiscito por la paz, como la más clara operacionalización del estilo goebbeliano en la política nacional.

En ese orden de ideas, es evidente que la carencia de ética y moral, han impregnado el ejercicio de la política global, sin importar el color político, ideología, perspectiva económica o religión; la práctica del enemigo oculto, la respuesta a los propios errores con ataques (transposición), la vulgarización y la unanimidad, (Principios de Goebbels) se convirtieron en los únicos argumentos para hacer política. Al parecer, llegó el momento de decir, R.I.P a la moral y la ética en la política.

Analista Internacional

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