Más combustible para el incendio palestino – judío

David Héctor Galeano

Con la salida del imperio colonial británico y la promulgación de la resolución 181 de la Organización de las Naciones Unidas, se crearon los estados de Palestina e Israel, otorgando territorios a dos naciones, a las que une la historia, pero separa la religión.

A partir del momento mismo de su nacimiento como sujetos de Derecho Internacional Público, los pueblos descendientes de Isaac e Ismael acentuaron sus fricciones, involucrando a la región en las confrontaciones bélicas que se dieron desde 1948 y a potencias extra regionales, que vieron en Israel un aliado enclavado en un mundo preminentemente antioccidental.

Con el apoyo de los países colonizadores que desangraron al pueblo árabe, los judíos desarrollaron una carrera armamentista que los llevó a consolidarse como la potencia militar más poderosa y agresiva de la región.

De esa manera, desplazó a sangre y fuego a los históricos pobladores de Palestina y se convirtió en una verdadera amenaza para la paz del cercano y medio oriente, al erigirse como el principal captador de ayuda económica norteamericana y en una pieza estratégica de occidente en ese complicado y adverso entramado regional.

No obstante, hasta ahora, ningún país aliado de Israel se había atrevido a desconocer el estatus sui generis que posee Jerusalén sugerido por la ONU, mediante el cual, se evitaría el reconocimiento y adscripción de la ciudad a la soberanía de alguna de las dos naciones en disputa.

Así, el mundo ha visto a la ciudad, como la cuna ancestral de las principales religiones monoteísta del orbe y una fuente inagotable e invaluable de riqueza cultural y no como la capital Palestina o israelí.

La reciente decisión de Trump, de reconocer a Jerusalén como capital de Israel y el traslado de la embajada norteamericana a la ciudad, fue rechazada de manera unánime por todos los países, organizaciones internacionales y no gubernamentales del planeta.

No es para menos, el paso dado por el residente de la Casa Blanca abrió una caja de pandora, que llevará a la radicalización de un conflicto, en el que, además de los estados árabes, tienen intereses los iraníes (persas), potencias globales y medias y por supuesto los grupos radicales yihadistas.

En ese orden de ideas, en una receta en la cual se mezclan intereses geopolíticos y económicos, el mundo musulmán ratificará que, en la agenda de los EE. UU., sus naciones seguirán siendo relegadas, priorizando a un país, que, a lo largo de sus más de 70 décadas, ha demostrado que el terrorismo de estado sí existe y se práctica, bajo el silencio permisivo de occidente.

Por su parte, el yihadismo, solo tendrá una excusa más, para justificar su ola de terror y adherir a seguidores dispuesto a inmolarse, por lo que consideran una flagrante violación a una ciudad, convertida en la piedra angular del conflicto.

Por último, Trump confirma que, para el gobierno de los EE. UU., las organizaciones internacionales no son relevantes y las determinaciones no serán tenidas en cuenta, acrecentando con ello, la dramática anarquía internacional.

En conclusión, con esta nueva decisión del presidente norteamericano, se confirma que la política exterior de los EE. UU., está pasando por la peor crisis de su historia reciente. Una crisis en la que un hombre, sin un mínimo conocimiento del mundo, las dinámicas políticas y culturales, tiene el poder para atizar aún más un “incendio” al cual, antes que buscar extintores para apagarlo, se le coloca más combustible para encender su llama.

Analista Internacional

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