Lula: ¿el final de una era o el nacimiento de un símbolo?

Analista Internacional

Con la orden de encarcelamiento de Lula da Silva en Brasil, el gigante suramericano se encuentra en una interesante dicotomía: el fin de una época o el nacimiento de un símbolo.

A dos días de haber iniciado su condena de 12 años se puede considerar que Lula se está posicionando a la altura de Getulio Vargas, el presidente autoritario que, a comienzos de la década del treinta del siglo pasado, implementó una serie de políticas que se conocieron como “Estado Novo”. En esencia, Vargas defendía el crecimiento económico nacional con inclusión social. Especialmente de las clases menos favorecidas, abandonadas por el Estado.

La muerte de Getulio fue tan impresionante como su vida. Luego de cuatro mandatos y de lograr hacer interesantes reformas sociales y económicas se dispara en el corazón, no sin antes dejar una carta que en uno de sus apartes dice: “Mi sacrificio los mantendrá unidos y mi nombre será vuestra bandera de lucha”. Con esa carta-testamento, como se le conoce, nació el mito y el símbolo de Getulio Vargas.

Los siguientes años estuvieron marcados por el contraste. A partir de 1956 asciende a la presidencia Juscelino Kubitschek, recordado por el diseño y construcción de Brasilia. Kubitschek buscaba introducir al país en el “club” de los Estados modernos, que miraban hacia esa segunda mitad del siglo XX con aires de grandeza.

En virtud de la verdad, de forma titánica Kubitschek lo hizo y, aunque dejó una inmensa deuda con el Fondo Monetario Internacional, la ciudad del diseño de la mariposa que soñó Niemeyer, se abrió al mundo como ejemplo de creatividad y modernidad.

Con la llegada de una izquierda moderada son elegidos Jânio Quadros y João Goulart, presidente y vicepresidente, respectivamente. El primero renuncia en 1961 y se inician tres años de tormentoso mandato para Goulart. Propuso unas reformas sociales y económicas que incluían la nacionalización de algunas empresas. Por supuesto, la respuesta del capital privado no se hizo esperar y ante el temor de una “cubanización” del país, los militares optaron por derrocar al legítimo presidente, por medio de un golpe de Estado que se prolongaría por espacio de veintiún años.

Además de las consabidas consecuencias de un régimen dictatorial, como son la coerción a la libre expresión y la restricción a las libertades civiles, entre otras, el manejo económico excluyente condujo al país a socavar aún más la brecha social. Los excluidos fueron más aislados, acrecentando la impresionante línea de pobreza y miseria.

Es precisamente en ese escenario de exclusión en el cual comienza a aparecer Luiz Inácio Lula da Silva, un sindicalista que recibe el remoquete de Lula, debido a que igual que un calamar, tenía muchos brazos y bajo ellos acogía a sus amigos. Desde esos momentos, Lula comenzó a ser mirado como protector de los menos favorecidos y excluidos por la mano del Estado.

Sin embargo, solo hasta el 2003, luego de varios intentos llega al Palacio de Planalto, enarbolando la misma bandera que izó durante su vida sindical: la inclusión social. Una inclusión que enfocaría sus esfuerzos en los afrodescendientes, indígenas y, en general, en aquellas personas cuyo futuro se veía truncado por la carencia de posibilidades.

Casi de inmediato ordenó desde la presidencia el reconocimiento al olvidado legado africano, relegado por todos los presidentes que lo antecedieron, con excepción de Getulio Vargas. Por medio de decreto presidencial eleva a la calidad de héroe nacional a Zumbi, el esclavo prófugo que sembró la semilla de la libertad en los quilombos brasileños, homólogos de esa hermosa expresión de bravura africana que representan para nosotros los palenques.

Su labor se extendió a las universidades, garantizando acceso gratuito a la población afro e indígena. Sin una educación superior de calidad sería imposible cerrar paulatinamente la brecha social, históricamente construida desde la consolidación de Brasil como república.

Además, los programas sociales como Bolsa Familia impactaron positivamente a la sociedad brasileña. El Banco Mundial consideró que Lula da Silva logró sacar de miseria absoluta a por lo menos veinticinco millones de personas. En otras palabras, a más del 10% de su población. Una cifra sin antecedentes en la región.

En materia económica logró elevar el PIB del país a un 7.5%, con lo cual entregó a su sucesora al Brasil soñado por el rey Pedro II, monarca del imperio de Brasil; una potencia económica emergente indiscutible.

Sin embargo, los reveses comenzaron a darse para la heredera de Lula. La economía se desaceleró y los escándalos de corrupción comenzaron a oscurecer el panorama, que en 2010 parecía resplandeciente y sin nubarrones. Los obstáculos se atravesaron como “palos en la rueda” para Dilma Rousseff y el peor escenario se hizo realidad. Su destitución se dio y con ello su reemplazo, Michel Temer, un hombre cuya distancia a la filosofía política y social de Lula es absolutamente abismal.

Con la reciente orden de captura de Lula, no solo se levanta una barrera infranqueable a su anhelo de retomar el poder en las próximas elecciones. También se corta de tajo la posibilidad de continuar con las reformas económicas, encaminadas a reducir la miseria, sumado al hecho de que se teje un ambiente de incertidumbre política sobre el futuro de un gigante llamado a convertirse en líder regional.

En una dramática coyuntura como la que vive Brasil, solo queda preguntarse si Luiz Inácio Lula da Silva cerró su ciclo histórico de manera lamentable o si, por el contrario, igual que Getulio Vargas, estamos ante el nacimiento de un mito.

@hgaleanodavid

Credito
EL NUEVO DÍA

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