Los niños de las pijamas latinoamericanas

David Héctor Galeano

Analista Internacional

Cuando hacemos alusión a los derechos de los niños y niñas, nos referimos a una premisa innegociable e irrefutable que debe regir los destinos de la humanidad. Su relevancia, quedó clara luego que muchos países de la ONU, consideraran que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, promulgada en 1948, tenía unas falencias que hacían necesario un marco jurídico internacional, encaminado única y exclusivamente a garantizar los derechos de los niños y niñas. De esa manera, en 1959, se aprobó la Declaración de los Derechos del Niño, en la cual se estableció que los niños y niñas, requerirán una “protección y cuidado especial”.

Sin duda, las acciones del régimen nazi en contra de la humanidad y especialmente a los niños y niñas judíos, polacos, gitanos y todo aquel infante no considerado de la “raza aria”, obligaron a definir con prontitud normas encaminadas a protegerlos.

La excepcional obra del escritor irlandés Jhon Boyne, llevada al cine magistralmente por Mark Herman, titulada “El niño de la pijama de rayas”, narra la historia de dos niños, que no solo están separados por su origen, también por una cerca de púas, que se extendía por todo el campo de concentración, con el objetivo de encerrar a los niños no alemanes.

Es imposible no llorar con las escenas, de un filme que narra algo que sucedió hace más de seis décadas. Todavía hoy, la humanidad sigue rasgándose las vestiduras por lo que vivieron los niños y niñas durante esa Segunda Guerra Mundial.

Por ello, es imposible entender cómo en pleno siglo XXI luego de promulgar los Objetivos del Milenio a comienzos de esta centuria y aprobar posteriormente los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la humanidad haya permanecido inmutable ante el trato que las autoridades norteamericanas dieron a los niños y niñas latinoamericanos. No solo los separaron de sus padres, además, los encerraron en jaulas que en su momento albergaron a los más peligrosos terroristas de Al Queda.

No se escuchó ni una sola voz de un mandatario latinoamericano, que rechazará las acciones ordenadas por Trump. No retumbaron en la escena internacional, manifestaciones por parte de la Unicef, exigiendo algún tipo de sanción para un gobierno que sustentado en sus leyes, violó los derechos de unos niños cuyo único pecado, igual que el niño de la pijama de rayas, fue no pertenecer a una determinada nación.

La historia no terminó con la retractación de la medida por parte de Trump. La realidad presenta un escenario en el cual cientos de niños y niñas latinoamericanos, sufrirán traumas el resto de su vida. Niños y niñas que sin haber llegado a la adolescencia, vivieron en carne propia la xenofobia y el silencio cómplice de los líderes y organizaciones internacionales que callaron ante las gravísimas violaciones, a unos derechos fundamentales de la próxima generación que habitará nuestro planeta.

Lamentablemente, las palabras de Martín Luther King, siguen más vigentes que nunca: “No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena”.

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