La política exterior, un gran reto para Iván Duque

David Héctor Galeano

Analista Internacional

Ni el más álgido y recalcitrante detractor de Juan Manuel Santos, puede desconocer sus logros en materia de política exterior. Colombia, pasó en ocho años de ser señalado como un país problema, una nación sobre la cual solo se cernían los temas de narcotráfico, paramilitarismo y guerrilla, a convertirse en un país con reconocimiento internacional por sus logros y avances en materia de lucha contra el crimen transnacional y la búsqueda por la paz.

El contexto internacional, nos veía con el miedo que producía tener un legislativo conformado por más de un cincuenta por ciento de paramilitares, la guerrilla más antigua y poderosa del hemisferio occidental y una presencia internacional, encarnada única y exclusivamente en un presidente que replicaba una conflictiva política interna al contexto global.

El absurdo parroquialismo del antecesor de Santos Calderón, lo llevó a cerrar catorce embajadas y diez consulados, bajo la excusa de ahorrar veinte mil millones de pesos, que en esencia, serían destinados a su frenética política de “Seguridad Democrática”, dejando de lado la posibilidad de ampliar la visión comercial a mercados estratégicos como Australia e Indonesia.

El provincialismo con que Uribe asumió las relaciones internacionales, se reflejó en la displicencia con que manejó los nombramientos para la dirección de la Cancillería. Sin ninguna vergüenza, designó ministros de relaciones exteriores, que con excepción de Carolina Isakson, se caracterizaban por su nula formación, experiencia y conocimiento de la arena internacional. Los desastrosos resultados fueron evidentes.

No fue casual, que no obstante, la afinidad ideológica y la total subordinación de Colombia al gobierno de Bush, el TLC, entre los dos países fuese ratificado por el legislativo norteamericano, con la llegada de Santos a la Casa de Nariño.

A partir del 7 de agosto de 2010, se evidenció un profundo giro en la política exterior colombiana. Nos acercamos a la región de tal manera que Colombia, no solo dejó de ser visto como un peligro, hoy nos miran con respeto y un merecido matiz de liderazgo, reflejado en foros internacionales y organizaciones que en el pasado no hubiesen volteado la mirada hacia el país de los infinitos problemas.

Sin necesariamente estar de acuerdo, tenemos que aceptar que el ingreso a la Ocde y la Otan, son un reconocimiento que el mundo desarrollado hace al país. En la Ocde, también conocida como el “club de las buenas prácticas”, se le está entregando un voto de confianza a un Estado, como resultado de un ingente esfuerzo por mejorar las normas de carácter laboral y la transparencia en los procesos que son responsabilidad del gobierno nacional. Así mismo la Otan, lanza un mensaje al mundo dejando entrever que la nación que era solo conocida por ser la principal productora de narcóticos, hoy tiene la credibilidad requerida, para luchar contra el terrorismo y los flagelos del crimen transnacional.

Santos Calderón, logró lo “imposible”; desnarcotizar la política exterior e internacionalizar el conflicto, en torno al tema de la paz y no la guerra.

El presidente electo, afronta una ineludible dicotomía: retornar al obsoleto y anacrónico pasado que enmarcó el ejercicio de la política exterior de su tutor o continuar mirando al futuro y seguir posicionando al país en los más destacados escenarios internacionales.

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