La Unasur, un sueño de cooperación regional frustrado

David Héctor Galeano

Analista Internacional

Para comprender la renuncia del presidente Duque y su Canciller, a la Unión Suramericana de Naciones, es necesario recordar la postura que su mentor político, mantuvo desde la presidencia. Uribe Vélez, dejaba claro con sus acciones dos estrategias en su política exterior. Por una parte, un rechazo al esfuerzo de cooperación regional y por otra, la subordinación absoluta a las directrices de Washington.

La administración Uribe, no menoscabó esfuerzos para demostrar a los EE.UU. su incondicional e irrestricta alineación. El acuerdo militar suscrito entre las partes en 2009, así lo ratificó. El país no solo ponía en riesgo su soberanía, además propiciaba un ambiente de resistencia y rechazo, por parte de todos los actores de la región, que veían como un peligro la presencia militar norteamericana en suelo colombiano.

Paulatinamente, Colombia se volvió a convertir en ese “Tíbet Latinoamericano”, -expresión acuñada por Alfonso López Michelsen- aislado y en conflicto con todos los vecinos e inmerso en una mirada fija y contemplativa hacia los EE.UU.

En ese orden de ideas, la Unasur no se erigió como una prioridad en la agenda de la política exterior colombiana, para la administración de Uribe. Mientras la OEA, permanecía inmutable ante las graves coyunturas regionales, la reciente asociación, comenzaba sus actividades de manera dinámica y proactiva. Las acciones de Unasur lograron bajar la tensión regional causada por la incendiaria “diplomacia de micrófono” que estilaban Uribe y Chávez. Así mismo, sin los diálogos propiciados por la organización, el bombardeo inconsulto colombiano a territorio ecuatoriano, el fallido golpe de Estado al presidente Correa y la intentona separatista de Santa Cruz en Bolivia, hubiesen podido culminar de forma catastrófica para la región.

Es indudable que la Unión Suramericana no pasa por su mejor momento. Es cierto que su papel frente a la grave crisis venezolana ha sido inocuo y en cierta medida permisivo. Sin embargo, esa misma reflexión y conclusión, se debería aplicar a la OEA, con el agravante de estar sumergida en un anquilosamiento desde que la bipolaridad se derrumbó.

Dar la espalda a un proceso de cooperación regional suramericano, es segar la posibilidad al dialogo entre pares. Es cercenar la única alternativa que los Estados suramericanos tienen para hablar a una sola voz al mundo, especialmente los EE.UU. Retirarse de Unasur, es cerrar las puertas al estudio de problemas regionales y por ende, la negación total a la construcción de soluciones mediante el consenso.

El paso dado por el presidente Duque, se constituye en un mal augurio para el futuro de nuestra política exterior. Con la decisión del gobierno, retrocedemos hacia el oscuro pasado que su tutor y hoy senador, propició mediante una nefasta interacción con el “vecindario” suramericano. La renuncia a la reconstrucción del proceso de cooperación regional, nos aleja de cualquier posibilidad del interesante legado de liderazgo regional que Santos Calderón le heredó a su sucesor. Los retos que le presentará el contexto internacional al recién posesionado presidente son inmensos. Por el bien del país, esperemos que logre estar a la altura de su antecesor.

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