El bravucón temeroso

David Héctor Galeano

Una de las primeras acciones de Francisco Santos, en calidad de embajador del gobierno colombiano ante la Casa Blanca, fue expresar de manera irresponsable que el problema venezolano requería una pronta solución, para lo cual consideró necesario contemplar el componente militar.

El pronunciamiento del embajador, desenmascaró una realidad irrefutable que caracteriza los nombramientos del presidente Duque en el Servicio Exterior: personajes oscuros de la política nacional, corruptos e ignorantes de las realidades y retos de la política internacional. Sin duda, Santos Calderón, se anquilosó en la historia de la Guerra Fría y la década de los 90s, enmarcadas por una hegemonía norteamericana y la sumisión de los países por debajo del Río Grande con excepción de Cuba.

Esa arena internacional en la que la Unión Soviética y posteriormente Rusia, priorizaban en su estrategia geopolítica global al Este de Europa y Asia. No obstante, con el inicio del presente siglo, el entorno regional comenzó su proceso de transformación debido a la conjugación de tres variables: primero, el ascenso de Chávez al poder. Segundo, la pérdida de interés de los EE.UU. hacia la región y por último la reconstrucción de Rusia como potencia global. En ese orden de ideas, esa triada de factores se mezclaron para concebir un contexto en el que los rusos, luego de ampliar su espectro de intereses geopolíticos, apuntaron su mirada hacia América Latina, encontrando en Chávez el mejor instrumento para desarrollar alianzas incomodas para su histórico archirrival.

El desinterés estadounidense hacia Latinoamérica abrió la posibilidad para que los países realizaran convenios militares sin precedentes. Fue así como en mayo de 2001, Rusia y Venezuela suscribieron un acuerdo de cooperación técnico-militar.

De hecho, el gobierno bolivariano dejó claro en algunos documentos, que buscaría “neutralizar la acción del imperio fortaleciendo la solidaridad y la opinión publica de los movimientos sociales organizados” teniendo como meta prioritaria la expansión de sus postulados con el propósito de generar apoyo global al objetivo de crear nuevos bloques de poder (“Líneas generales del Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación 2007-2013”).

Como consecuencia de ello, Venezuela adquirió los famosos y temidos Sukhoi Su-30 y una variedad de vehículos blindados a China, con el propósito de “defender la revolución”, según lo expresaba Chávez constantemente.

Desafortunadamente, la ignorancia del embajador, apoyado por el alto gobierno, desconocieron que amenazar a Venezuela militarmente podría tener consecuencias, especialmente por el apoyo y respaldo de un gigante dispuesto a enviar un mensaje mediante su peligroso y amenazante emisario conocido como el “Cisne Blanco”, denominación popular para el Tupolev 160, apostado en Maiquetía hasta el lunes pasado.

Al parecer, la actitud belicosa del gobierno de Duque tuvo una respuesta tan firme de Rusia pero tan desinteresada de los EE.UU. que puso a temblar al nuevo “bravucón del barrio” que todavía sueña con unos norteamericanos convertidos en el “hermano mayor” dispuestos a defendernos.

Analista internacional

@hgaleanodavid

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